17.4.19

Principesas y otras ocurrencias ridículas


No sé qué será lo próximo, pero me espero cualquier cosa. No es que uno sea melindre en que cada cosa tenga su nombre y sepamos cuál es y lo usemos, sino que la corrección política (que es un veneno lento y hace su trabajo de demolición con lentitud inexorable) está manipulando la realidad. Lo hace a conciencia, sabiendo el daño que produce. Lo de la Caperucita Roja censurada es un atropello a la rica literatura de tradición oral. He dicho rica. Es riqueza lo que nos transmite. La cultura de los pueblos no es un apaño urdido a la carrera, sobrevenido por generación espontánea. Las de ahora, a poco que nos descuidemos, va a ser una generación vaciada de cultura, ahogada en prejuicios, convertida en mercancía de unos cuantos puristas (o puristos, que no lo tengo claro) convencidos de que tienen un plan que acometer, una empresa sagrada, una misión divina, que consiste en borrar de la faz de los libros cualquier mancha, ya sea de índole gramatical o meramente narrativa. Estamos corrompiendo la imaginación de nuestras criaturas más indefensas, las que leen (ya es mucho que lean) los libros que les damos y escuchen los cuentos que les contamos. Si empezamos a cambiar el relato, acabaremos por hacerlos adultos antes de tiempo. Quizá se trate de eso: de domesticar la moral, de impedir que cualquier moral contraria a la más reciente triunfe y ponga en peligro la instalación completa de la recién llegada. Nos hacen tragar mentiras muy grandes. Nos piden que cambiemos la historia, no la acontecida a lo largo de los siglos, la que se escribe con mayúscula, sino la otra, la íntima, la cercana, la familiar, la que se ha fortalecido con el tiempo y ha enriquecido (vuelvo a nombrar la palabra riqueza) a generaciones sanas. Esto de las principesas es de estar enfermo. Al paso que vamos mandarán al olvido a San Jorge, que venció al dragón y liberó a la princesa. No está bien que haya princesas en torreones y que aguerridos mozos las manumitan de su encierro. Tampoco que los tres cerditos sean todos machos. Ya mismo habrá una versión en la que haya cuatro y dos sean hembras. Es que la paridad es un mandamiento que no se puede desobedecer. Pretenden (leo en prensa) que el mundo sea más inclusivo. En lo que a mí respecta, en lo que tengo más a mano, que es mi escuela y mis alumnos, paso de ser correcto. Seguiré a lo mío, que es lo de muchos, a lo que veo, por lo que escucho de quienes tengo cerca. Son inventos que nos vienen de lejos, son trampas en las que tienen la esperanza de que caigamos. Acabo: si aplicamos la corrección, la norma del género y la prudencia en materia sexista o violenta, renunciamos a toda la literatura. Es como si empezáramos de cero. Como si todo lo que se ha escrito hasta ahora no valiese. Si leer Caperucita o La bella durmiente fomenta que en el futuro existan hombres agresivos será por causas ajenas a la pobre Caperucita y a la más aristocrática Bella Durmiente. No hay que dejar de contar historias tradicionales. Es posible (sólo algunas de ellas, ni siquiera muchas) que manifiesten una inclinación sexista. También que sean violentos. Deberían censurar la misma Biblia, cosa en la que no van a ponerse de acuerdo, a Dios gracias. El mismo Dios, como se pongan a leer en detalle (críticamente, dicen ahora los que saben) sus narraciones extraordinarias, cierran todas las iglesias del mundo. Lo del incendio de Notre Dame es un asunto menor. Cierran todas las iglesias.

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