18.4.19

Glass / Héroes y villanos



Deliberadamente fuera del circuito de películas de superhéroes, Glass es la antología de todas ellas. Cierra una trilogía que no lo era en principio y ofrece en ese cierre un discurso formal sobre la naturaleza del bien y del mal o, dicho de otro modo, sobre la moral y la responsabilidad de quienes la administran. Es todo lo que uno no espera, pues se esmera más en los diálogos (espléndidos McAvoy, Willis y Jackson) que en las partes de pura acción, que son insinuadas o mostradas abiertamente, pero sin recrearse en ellas, sin caer en esa pornografía del género en la que interesa ver carne apaleada, ensangrentada, caída en desgracia si se desea. Glass no se ocupa de esas consideraciones narrativas, aunque las utilice para darle coherencia al conjunto: prefiere incomodarnos, turbar la placentera estancia en la butaca, cambiar nuestra visión del género o, en todo caso, forzarnos a pensar que el futuro del cine de superhéroes no está únicamente en DC Comics y en la Marvel, sino que tiene recorrido en la periferia de las grandes compañías, aunque el público al que se dirige no sea adolescente ni espere que la franquicia saque un videojuego o una serie en Netflix. Conviene haber pasado por El protegido y por Múltiple, las otras dos piezas de este mecano alargado en el tiempo (dieciocho años entre la primera y la tercera) pero se puede contemplar sin esa obligación. Quienes estén avisados y sepan las andanzas del hombre de cristal y de David Dunn, hombres extraordinarios a su manera, a los que se une La Bestia, que es uno y son muchos, todos retorcidos e incansablemente charlatanes.

Glass tiene mucho diálogo y tal vez debiera tener menos. Discurre en un pabellón psiquiátrico en buena parte del metraje en el que están bajo custodia del Estado los criminales, pues es ésa la taxonomía con la que son tratados. Se aprecia que al Shyamalan le encantan sus historias y sus personajes, pero en lo que es un maestro es en la creación de una atmósfera, crea la sensación de que algo asombroso está a punto de suceder, algo cuya inminencia es tangible, pero no sucede, se aplaza continuamente, hasta que el desenlace desbarata todas las especulaciones que has hecho, todos los cierres de trama que has podido especular. El de Glass (no hay spoilers) es sutil, quizá demasiado teórico, no es un fin como los de otras piezas suyas (El bosque, El sexto sentido, incluso La joven del agua), no sacia con ese fragor. De cualquier manera, gana cuando el plano es frontal, corto. Gana también cuando han pasado un par de días desde que la has visto y la rumias con paciencia y descubres que hay una historia hermosa debajo: no la aparente, la de los personajes que cruzan la trama, sino interior, apartada y delicadamente protegida. Es la historia del propio director, su condición de tipo raro, como lo son esos personajes, pero esa es una idea que sólo dura un rato y se canjea por otra. De Bruce Willis no he dicho nada. Qué grande es Bruce Willis, yo no sé por qué no tiene más pedigrí en las fiestas del artisteo, cuando los galardones y los inventarios que hacen de gente que ha hecho mucho por el cine o por nosotros.

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 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.