6.4.19
Hablando sobre libros en el IES Marqués de Comares
No sé si estas iniciativas, las de llevar a escritores a centros escolares para que hablen de libros, de por qué empezaron a leer y qué les hizo arrojarse a la escritura, cumplen el propósito que se les encomienda y quienes asisten, hoy alumnos de dos clases de cuarto de ESO del Instituto Marqués de Comares, en Lucena, reciben en depósito esa punzada que les anima a leer y, en algunos casos, los más favorables, escribir o si desoyen las recomendaciones y se cumple eso de que por un oído les entran y por otro les salen. Hay de ambos. Los habría ganados a la causa y los habría perdidos. No me cabe duda de que una buena parte no se sintió aludido en ninguna de mis intervenciones, como si aquello no fuese con ellos. Por otro lado, a la reversa, pienso que habrá alguno (ojalá muchos) que haya sido reclutado y convertido, no porque yo haya estado especialmente inspirado o locuaz o divertido, sino porque el que escucha (el convencible) ha dejado una pequeña brecha abierta y lo dicho ha llegado a su destino y se ha quedado ahí, impregnado, huésped improvisado. Entra en lo razonable que muchos de esos alumnos se hayan inclinado hoy a abrir un libro y dejar que la trama los seduzca. También que otros no sientan afecto alguno por la literatura y la charla de hoy los haya determinado a reafirmarse en ese desafecto y estén por siempre apartados de la senda literaria.
Precisamente esa ha sido la sustancia de mi charla, la de leer por placer y que ese acto solitario y hermoso sea enteramente voluntario. Al principio les conté que leer no sirve para nada y terminé declarando mi absoluta convicción de que si leemos somos más felices. Entre medias cité el cine de la RKO, los cuentos de nuestras abuelas, Peter Pan, Kafka, Borges, el instagram, el blues del delta del Mississippi, Hitler, la escoba de Harry Potter y hasta el Fornite, que es una cosa diabólica que sorbe el cerebro de los que lo practican, a decir de los que entienden. También la literatura hace eso, lo del Fornite. No dudo que es diabólica o celestial, según el caso. Tampoco que no se sale indemne al cruzarla, que no hay mentira más hermosa que la suya. Yo estoy encantado de vender esa ilusión de los libros. No me falta entusiasmo, derrocho entusiasmo. La posibilidad de que uno haya podido contribuir a que otra persona se haga lector (eso es un oficio igual que otro cualquiera) me sigue pareciendo prodigiosa, una especie de milagro secreto, una victoria a la mediocridad, al caos y a la barbarie. Doy las gracias por la invitación y por las atenciones que he recibido en el centro. Gracias en particular a Mari Carmen Florido por la amabilidad y las fotografías.
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