21.4.19

En tiempos de luz



Siempre estuvo mal vista la luz. Se la reprendió cuando en alguna ocasión, se la llamase o no, acudió a iluminar lo que andaba a oscuras. Se tiene de ella la idea de que fue siempre a contracorriente, luchando contra quienes la miraban de reojo, por temor a que todo se viese a las claras, por ese temor ancestral de los que detentan el poder a que los demás pueden acceder a ese desempeño. No hay religión que no se haya protegido de ella. Cuanto más se ven las cosas, menos funcionan los mitos. No hay orden político que no la haya tenido en vigilancia y en custodia, si hiciera falta. Por otra parte, no hay progreso humano que no haya contado con ella, ninguna manifestación del talento del hombre se hizo a su espalda, sin contar con su inestimable concurso. En épocas de antaño (y no hace tanto, no se olvide esto, no hace tanto) la luz era la primera a la que se ponía en entredicho, no se le daba crédito a los avales con los que se presentaba. Nada de cuanto hubiera hecho tenía validez para que acometiera la empresa de hacer cosas nuevas. La novedad no es bien recibida. No hace mucho tiempo de todo esto. La oscuridad sigue ganando adeptos, los fideliza con sus cuentos de suspense y de intriga, con su novela de banderas y de sangre. No es igual prender la luz que prenderla. Acudir a ella para que alumbre que arrestarla. Ahora que vienen días de barullo político antes de que vayamos a meter la papeleta en la urna (sublime ella, que no falte nunca) habría que recordar el peligro de que nos quedemos a oscuras. Que todo lo que hemos construido se venga abajo y tengamos que comenzar de nuevo. Que los bárbaros y los ignorantes hagan prevalecer la barbarie y la ignorancia. Que tenga predicamento la apatía. Que si unos pocos prefieren la precaria luz de unas velas no tengamos que renunciar a las bombillas.

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