28.4.19

Los buenos días

Hay personas a las que nada más conocer se les concede la más alta estima. Se festeja esa concesión festiva, hasta se alardea de ella a terceros, por el placer de expresarla, sin que se busque confirmación ajena ni aplauso. También sucede a la reversa y es el impresentable el que conoces, paradójicamente presentado; concurre entonces la voluntad inversa, la de no contarlo, no caer en ese regalo, no difundir nada de cuanto supimos, no dar vuelo a quienes nos perturbaron o nos molestaron o nos insultaron. Es más sano hablar de la bondad, dar ese vuelo a los que nos agradaron, evitar en lo posible dedicar tiempo a difundir el lado dañino. Así el mal no tiene recorrido, no hacemos de transmisor de su discurso enfermo. Hasta sienta bien hablar únicamente de lo bueno. Nota uno que respira mejor. Aprecia el aire entrando y saliendo gozosamente por los pulmones. Se sonríe a lo bobo, no teniendo noticia fiable de la causa de nuestra repentina alegría, pero convencido de que le ha sido confiado un secreto precioso, una especie de confidencia que nos enriquece. La bondad debe incluso hacernos más longevos. Damos los buenos días a los demás con agrado porque una parte de ese saludo la guardamos nosotros y nos conforta. Cedemos el paso o damos las gracias en absoluta convicción de que somos nosotros los agasajados, los invitados al festín de las buenas maneras. De las otras nada queremos saber, no nos conciernen, se las deberían desoír, no darles ni crédito ni asiento. Cuanto más se repiten, más verdad poseen; si se omiten, cuando se silencian, se les cancela la posibilidad de que se explaye su mensaje (se viralice, dicen ahora). No siempre puede uno cumplir esta condición. Hay veces que nos sobrepasa la mala educación ajena, la que en ocasiones también es nuestra. Caemos en lo que criticamos, se da con infortunada frecuencia esa circunstancia no buscada, ni alentada. Cuenta la concurrencia favorable, de la que nos abastecemos, con la que se avitualla el alma. En estos tiempos de zozobra espiritual (no es religiosa mi observación) deberían prestigiarse las buenas formas. Ellas nos salvarán de la barbarie y de todas sus franquicias cotidianas. Ellas harán que no proliferen los odios. En ellas depositamos la esperanza, que es un trasunto de la felicidad. El día de hoy es festivo, es el día de las buenas maneras, el día de la confianza en la esperanza, que también es una extensión de la armonía. Se emplea poco la palabra armonía. Hoy es el día de la armonía. Salgan a votar, expresen su conformidad o su disconformidad, no se queden con ninguna historia dentro, manifiéstenla. Cojan el papel y métanlo en la urna. Es una manera de hacer que prospere el bien. Cada uno elige el suyo, no puede ser que uno sea el legítimo en el escrutinio de la razón, pero no se puede quedar uno en casa, no hay celebración más maravillosa para la ciudadanía que la de hoy y, probablemente, la de darse por las mañanas los buenos días y hacerlo con el gesto sincero y la voz firme.

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