10.5.17
El aire es un blues sucio
Uno no piensa en sus pulmones hasta que le duelen. Ni en el aire hasta que falta. Ni en el amor mientras se tiene. Ni en si anda sobrado o suelto de dinero en el bolsillo. Andamos así, sin apreciar las propiedades, sin darles nunca el afecto y el cuidado que exigen. Basta que el aire vuelva y ventile de nuevo el pecho para que retomemos los vicios. Son algo curioso los vicios. No se piensa en ellos mientras que se practican. sólo caemos en la cuenta de que nos pertenecen o de que les pertenecemos cuando flaquean o cuando no podemos encomendarnos a ellos y dejar que obren a su capricho y nos restituyan lo que quiera que les pedimos cuando les llamamos. Si yo careciese de vicios, no tendría nada. Viviría en una asepsia confortable, tendría una casa limpia en la que recogerme, una a la que le retiraron los muebles y que dispusieron como si no fuese nuestra, aunque nos despertemos cada mañana en ella y ahí pasemos una parte de nuestra vida. Duele la convicción de que cuando el dolor mengüe, volverán las carreras, ese vértigo que ahora no siento en absoluto, porque estoy en una especie de postración acccidental y momentánea, de la que saldré en horas o en días y a la que esperaré nuevamente el año próximo, cuando florezcan dentro de mis pulmones las partículas diabólicas que entreveo en el aire cuando camino. Polen le llaman. Tendrá otros nombres. Ahora me dedico a toser de un modo casi profesional. Como si a cada congestión le sobreviniera otra que compitiera en rudeza y en duración con ella. Al final se aplaca todo, se atenúa la velocidad del corazón en el pecho. Esta noche daré gracias a la farmacopea. Agradeceré que otros estudiaran los bálsamos con los que ahora cuento para que mi convalecencia no sea terrible, sino sólo molesta, como hecha para importunarme unos días y luego devolverme a mi rutina. La echo de menos. La he dejado unas horas (de anoche a ahora) y ya siento que me llama. Me pide que la asista. Dice que me echa en falta. Solicita que la saque y la pasee y le dé las atenciones de siempre. Mientras tanto, permanezco sentado. Toso menos si no me tumbo. Me convenzo de que la enfermedad (este delirio o amago de enfermedad, de fastidio eventual) a veces nos hace reflexionar sobre la salud. Si de verdad nos preocupa o vivimos a cien o a mil, sin atender en demasía a los avisos que el cuerpo expone para que no le desatendamos tanto. Es cierto que no tenemos otro. Es la cabeza la jodida, la que escribe la trama o la que la borre, la que se ocupa de aliviarnos o de hacer que prosigamos en esa tristeza de desahuciado del bienestar. Volverá todo a su cauce. El río fluirá con su mansedumbre prevista. Tampoco éramos tan salvajes ayer, ni hace una semana. La vida se porta bien. Me deja escribir sobre ella, no me censura, ni me confunde. Toso con reciedumbre, como si estrenara ese ruido primitivo, pero luego se desarma los instrumentos y la orquesta (un poco violenta cuando quiere) se despide tímidamente. No es un espectáculo que concite un público sibarita. Asisto yo y yo mismo me aplaudo o me jaleo. En estos días, antes de que el aire se limpie y me sane lo que me recetó el buen galeno, me conformo con lo que buenamente me tocó en suerte. Ya mismo me moveré a velocidad normal y hablaré roncamente, pero sin que me interrumpa la sinfonía de los pulmones. No sabemos lo que tenemos hasta que se airadamente se sublevan y nos convida a que les miremos.
En la retirada, leo apasionadamente (con interrupciones, con fatiga también) Sapiens, de animales a dioses, regalo de mis padres, un estupendo libro sobre nosotros mismos, sobre el hombre, sobre su camino y su importancia. Yuval Noah Harari es un historiador israelí que explica todo eso del dónde vamos (que es baladí al fin y al cabo) y del de dónde venimos (que en el ahora a veces no tiene notoriedad alguna). No es que ande pesimista. Es la sombra infame de la tos, que me tiene raro.
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1 comentario:
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