28.12.16

The OA / Otra impresión


(Puede contener pequeños spoilers) Cosas que están bien y que están mal al tiempo. La creencia de que no podrás defender ante los demás los vicios que tienes por mucho que los conozcas y por mucho (también) que hayas pensado cómo hacerlo, de qué manera explicarlos. No se puede sostener con firmeza que uno sea bueno todo el tiempo. Somos buenos y somos malos. La posible belleza que portamos flaquea y se aparta y, cuando menos la esperamos, acude y se queda. The OA, en la que sigo, plantea que existan otras dimensiones. Que los que están a punto de morir reciben información del más allá que puede hacernos acceder a alguna de ellas o a todas. Que la humanidad es, en esencia, buena, aunque el mal planee las ciudades y haga su campaña por desbaratar la armonía. Es posible que la serie entera hable de la armonía. Como si fuese una oración de ocho episodios. Sólo que no hay un dios al que interpelar, ninguno con el que conversar. La espiritualidad es hueca: lo que se cuenta es una doctrina antiquísima en la que una especie de secreto se va expandiendo. Si vivimos en una dimensión de entre muchas es posible que cualquier día colisionemos con una muy próxima. Leí un cuento hace tiempo en el que alguien sostenía que los sueños eran ese limbo doméstico en el que se unen todas las que cosas que se rechazan. Anoche yo vi ciervos en una especie de enorme instalación deportiva. Pastaban sin hacerlo. Los recuerda hocicar, masticar sin que nada hubiese en sus bocas. Si nos dedicásemos a contarnos a diario los sueños que hemos tenido compondríamos un mapa más o menos fiable. The OA propone una cartografía, un modelo, un sistema de acceso al más allá. Lejos de ser ciencia-ficción al uso, su patrón es plenamente romántico. Todo es una gran historia de amor. El Ángel Original de Prairie y el héroe homérico. La épica, sin embargo, es casi nula: no hay batallas que se venzan, reinos que se conquisten. Los personajes son piezas de una trama a las que se entregan con agradecimiento. Intervienen porque están fascinados por la historia que les cuenta Prairie cada noche. Como una Scheherezade que sabe que su final está cerca. La historia que han trenzado Brit Marling y Zal Batmanglij es mística y no lo es a partes iguales. Deja una puerta abierta a que concurran atenuantes más prosaicos. Se le ve a veces una especie de decaimiento, un no querer avanzar más. Por miedo a quedarse en el aire tal vez. Por pensar que nadie se prendaría de un experimento narrativo. Los premios y las audiencias manejan otros estándares. He dicho estándar y me ha dado un crujido interno. Como si nombrara al mismísimo diablo, pero esa es otra historia y no hace falta ir a otra dimensión para contarla como merece. A mi amigo Mycroft, que no ve a Stephen King por ningún lado, le daré argumentos para seguir discutiendo en el hilo privado. Seguro que sí. Los ciervos están de camino. Queda un poco de pasto en el polideportivo.

1 comentario:

Mycroft dijo...

Yo veo a Jack London, a Bradbury (el de los cuentos, no el de Farenheit), a Norman Spinrad, a Ursula K. LeGuin (cuentos cortos), A (mi odiado) Borges, a Teddy Sturgeon (cortos de nuevo), John Crowley, Joan Vinge, y mucho mucho a Octavia Butler y Joanna Russ (la ciencia ficción feminista), e incluso antes a Simak. El asunto del "otro lugar" y del "grupo de elegidos" no son para nada exclusivos de King, especialmente el primero. King parece obsesionado con el segundo punto, hasta convertirlo en una especie de cliché. No creo que King tenga la sutileza de elaborar la "narración dentro de la narración". Es una serie muy cargada de sensibilidad femenina. King carece absolutamente de empatía femenina. Carrie es una novela bien armada sobre una fantasía masculina de los procesos por los que pasa una mujer en su adolescencia, convertidos en un puro esperpento escatológico, histérico y descontrolado. King convierte a sus féminas en monstruos (Misery) víctimas casi propiciatorias (Resplandor) freaks (carrie, ojos de fuego)... O comparsas secundarias e intereses para sus héroes.

Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...