1
Lo bueno de que pase un año es que no sepas si ha sido el mejor o el peor que has pasado. Se vive bien sin pensar tanto. No conviene hacer balances, inventariar lo que se ha hecho o lo que se ha dejado de hacer. Al calendario se le da más importancia de la que tiene, pero a veces, según se tercie, me da por pensar en todo lo que estaría bien hacer y no hago. Una idea lleva a otra y me conforta saber que hay otras a las que me aplico con diligencia, de las que me valgo para ir ocupando los días y conciliar el sueño con la convicción (más o menos firme) de que todo ha ido bien y que mañana toca repetir. No se me ocurre ningún balance que importe. Los que compongo en la intimidad, los que no se airean, no me importunan, casi concluyo que me agradan.
2
Hace pocos días le envié a mi amigo José Antonio mi pequeña contribución a su post de cuentos navideños. Hoy he tenido un rato para leer los de los demás (son cuatro) y releer el mío. Anoche me enchufé dos sesiones de cine clásico. Volví a ver Al rojo vivo y Qué bello es vivir. Sesión doble. Me acosté con la felicidad de quien hizo lo que debía. Como si en ese momento, en esas cuatro horas de cine, no tuviese otro oficio que ver cine. Como si antes y después no hubiese nada que me importara o nada que me tuviese que importar. Se tira uno una parte considerable de la existencia haciendo lo que demás esperan. Considerada esta afirmación en profundidad, produce pánico. Hay alivios disponibles, modos de vencer el vértigo. Uno de los más eficientes es la literatura. Leer da un consuelo inmediato y duradero. El asunto de la escritura es complicado. Creo que ya no es posible escindir de mí al escritor. Tampoco haría falta, no habría motivo. En alguna ocasión me he decidido resueltamente a dejar de escribir, pero nunca se me ha pasado por la cabeza renunciar al cine o a las novelas.
3
Todo lo que le dije que haría y no he emprendido no me atormenta. A mi amigo K. se le ocurrió en cierta ocasión la idea de que yo podría recluirme en la habitación en la que escribo y no salir jamás. Dijo, sin que yo advirtiera traza alguna de broma, que podría existir ahí dentro, feliz y completo, rodeado de todo lo que sabía que me hacía feliz. Una especie de búnker, dijo. Creo recordar que escribí un cuento sobre eso. Alguien que decide refugiarse en su casa y cerrar todo contacto con el exterior. Leer de nuevo al capitán Ahab y ver ballenas blancas en sueños. Escuchar a Bach hasta que notas que estás llorando. Escribir la novela aplazada largamente. Hoy no haré ninguna de esas cosas recomendables. Saldré a la calle, tomaré café en un bar, pasearé mi pueblo. Hasta puede que mire los escaparates por si veo algo hermoso que regalar. A mí siempre me ilusionó que me regalaran discos y libros.
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