23.12.16
Dj's de blues
Esta mañana escuché un disco de Ten Years After, la estupenda banda de Alvin Lee. En cierta ocasión, en un pub en Priego de Córdoba, Antonio me refirió las bondades del blues que hacen los blancos. No hay vez que no escuche a Rory Gallagher, no son pocas, en que no huela el fondo del vaso cuando has acabado la cerveza. Esmerándose uno, percibe el aroma turbio de la nicotina en el aire y ve, en esa bruma casi onírica, el trasegar de los amigos. Algunos, ajenos al runrún del blues, se limitaban a soportarlo, sin dar a entender que les molestase; otros, impulsados por una suerte de estremecimiento ancestral, hacían mohines, se retorcían en un espasmo imaginario al que seguía otro más vistoso. Al término del baile, cuando se escuchaba el último estertor de las cuerdas de la guitarra de Lee o de Gallagher, volvían a una normalidad anómala, que producía extrañeza. Yo me sentía bien en los dos lados. A veces hacía como Joe Cocker en el escenario y movía los dedos en una guitarra improvisada; en otras, quizá atareado en una charla que me interesase mucho, me desprendía del halo eléctrico y me centraba en las palabras. Lo que todavía recuerdo es que no eran conversaciones como las que teníamos afuera. Dentro del pub, bendecidos por esa liturgia doméstica, el blues lo impregnaba todo. Hace tiempo que no voy de pubs de ese o casi de ningún otro modo. Son etapas (imagino) y ésa, tan feliz, se dejó atrás y se abrazaron las que vinieron, con igual consistencia, abriendo los ojos o las orejas a otras invitaciones, sobrecogidos por distintas influencias. Cuando comparto con los amigos una pista de baile, cerveza en mano, caigo en la cuenta de que no entiendo la música que hace que se brinque o que se contonee uno. La entiendo porque su función es la misma, pero no posee historia, no tiene dentro a gente chiflada como Rory Gallagher o Alvin Lee. Hace un par de noches, invadido por decenas de vatios bastardos, metido en faena, decidí desistir, renuncié a que una tromba infame de sonidos que no entiendo ni comparto hicieran que yo me desmelenase, verbo que hará reír a quien me haya visto en persona. Representé lo mejor que pude el papel de integrado y juro que de cuando en cuando, sin atender a si me sentía o no observado, me moví como si el mismísimo DJ me hubiese pedido que no me perdiera un solo compás. No hay DJ's de blues. O los que tienen inclinación se guardan, esperan el público cómplice, piden que alguien les escuche y entre en la homilía. Por lo demás, en lo dicho, queda la idea de que éste que subscribe no es proclive a exhibirse sin que se le arrime lo que le envicia, todas las cosas (las grandes y las pequeñas) con las que ha crecido y que le han hecho ser, para bien o para mal, el tipo que es. Más allá de estas consideraciones personales, el blues blanco no rivaliza con el negro. Mayall era muy bueno, pero yo suelo quedarme con John Lee Hooker,
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