A Alfredo Buenadicha, buena persona.
Una conversación de anoche con mi amigo Alfredo me hizo acostarme con la duda de si las mónadas de Leibniz son extensas o inextensas. No suelen ocurrirme estas cosas, pero es sabido que uno no gobierna lo que sueña y, en ocasiones, tampoco la vigilia ni que lo a ella le concierne. En un uno de los varios sueños que me asaltaron el mismo Leibniz, ataviado con una enorme peluca de época,gordo y con cara de satisfecho, me hablaba en latín escolástico o en alemán, según la intensidad de los argumentos. Por lo que entendí, en esa bruma dulce del sueño, las razones de peso, las enjundiosas, precisaban de la contundencia del alemán, su terrible maquinaria fonética, mientras que las divagaciones se manejaban bien con el latín. De cualquiera manera, como no conozco esos idiomas, me conformaba con ver qué gestos hacía Leibniz, y cómo se movía su peluca majestuosa. En un tramo de la escena, creí que, en lugar de ser el filósofo, era algún rey francés de la época, pero desechaba al momento esa sospecha porque una parte de mí se sentía relajada y feliz con el Leibniz, y además porque a mi amigo Alfredo, con el que sostuve una conversación sobre cristianismo antiguo y sobre dioses egipcios, le tira más un filósofo en su cubil que un monarca en su trono.
Hoy, nada más despertarme, la palabra mónada ha ido percutiendo en mi cabeza pasillo abajo hasta que esa efervescencia de índole metafísica se desvaneció completamente al entrar en la cocina y escuchar las noticias que mi mujer tenía puestas en la televisión. La realidad, la que preocupaba al bueno de Leibniz, con sus mónadas y su unidad y su caos, con su lleno absoluto y su vacío incoherente, desaparecían frente al terror de las bombas y la maldad de quienes las ponen. No sé qué me deparará el día. A poco que prevea, irá a saltos, como suele. A los momentos de plenitud les sobreviene una flaqueza inadvertida que, sin durar mucho adentro, precede a otra especie de estallido de jovialidad. Así van las horas persiguiéndose. De lo que no tengo duda es que esta noche no tendré la misma conversación, aunque me encuentre con Alfredo o quedemos y con un vaso de whisky en la mano, a la puerta de una gozosamente alargada comida de escuela. No siempre están a mano esas charlas deliciosas de dioses y de hombres, de santos y de pecadores. Es muy difícil llegar a ese acceso puro de verdad o de ontología o de misticismo encaramado a la bruma etílica o al sopor digestivo. En cuanto le vea, le hago retomar el argumento en donde lo dejamos. Creo que fue en la parte de los evangelios en donde empezaron a gestarse todas las metáforas. Los dos somos así felices. Carmen y Toñi no daban crédito. Creían que eran efluvios de los licores. No andaban alejadas. Qué sencilla felicidad de amigos. Ah, quedamos en que el próximo día le metemos mano a Schopenhauer.
1 comentario:
No doy crédito. Qué amigos tienes, qué placer esas converaciones, bebidos o no. Felicidades. Feliz año nuevo, sr. escritor. +
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Andrés Bermúdez
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