Yo sigo en el papel de ajeno combativo, aunque no milito en ninguna asociación de ateos, ni tengo necesidad alguna de estar continuamente revelando mi catecismo laico al modo en que otros sí que se esmeran en hacer propaganda del suyo y llenan sus facebooks y sus blogs de imágenes y de textos que manifiestan su fervor. Por eso no debería contar nada. Lo apropiado sería apartarme de lo que no me atañe. Sé todo eso. Sé que no se debe opinar sobre lo que no nos afecta directamente, pero la cosa es que sí afecta, sí que me incumbe. A los mandos eclesiásticos mi educación les debe respeto, pero ellos no respetan que yo ande descarriado. a decir de su sentido del camino, y no pierden ocasión en atropellar con sus comentarios todo lo que se aparta de lo que su formación espiritual dicta como correcta. Por eso (insisto) acabo contando, termino en la obligación (moral tal vez) de posicionarme afuera de todos de ellos, de quienes sostienen que mi vida no me pertenece del todo o que la sociedad sin dios se despeña sin remedio o que traer hijos al mundo no es un asunto que yo pueda gobernar. Una sociedad sin dios es un triunfo del hombre, que es libre de creer o de no creer en instancias superiores a la razón y al libre albedrío del espíritu. No tengo ningún interés en saber si habrá una vida después de ésta. De hecho no hay ninguna razón que me incline a pensar que al final del camino se abrirá otro mágicamente, por designio divino, como si de verdad hubiese una inteligencia absoluta que gobernase los pasos que damos y los que no. Me conmueve, en lo estético, en la declinación de lo fundamentalmente racional y en la irrupción limpia de la belleza, la comunión del pueblo con sus imágenes, como la que anoche vi (en parte) en mi pueblo. Sé que no apreciaré lo que el creyente y que no podré en modo alguno penetrar en lo místico. A mi beneficio queda la liberación de un cierto grado de belleza, de belleza sin pasar por los conductos de la inteligencia, que es como en ocasiones se advierte mejor su hondura. Esa es la religión admisible, la que no entra en reglamentos morales que castigan al diferente (o lo igualan a un perro) o la que propugna la igualdad entre todos los que andamos por aquí, los mismos y los distintos, los que se arrodillan ante sus iconos y los que nos arrodillamos ante iconos diferentes. No conozco a nadie todavía que viva encapsulado, al margen de la fascinación de las imágenes. Da igual que sea una virgen en un altar o en un paso por las calles o un cuadro en una pinacoteca o un paisaje en la naturaleza, quien no sienta un temblor cuando esas manifestaciones de la belleza (la gran belleza) se le ofrecen y lo turban. Sin turbación, no hay vida. Vivimos mejor turbados. O quizá todo esto tenga sentido si unos cedemos y otros, observando ese acto, cede también. En fin. Creo que igual me hablo yo solo.
5.5.14
Turbado, perplejo, fascinado
Yo sigo en el papel de ajeno combativo, aunque no milito en ninguna asociación de ateos, ni tengo necesidad alguna de estar continuamente revelando mi catecismo laico al modo en que otros sí que se esmeran en hacer propaganda del suyo y llenan sus facebooks y sus blogs de imágenes y de textos que manifiestan su fervor. Por eso no debería contar nada. Lo apropiado sería apartarme de lo que no me atañe. Sé todo eso. Sé que no se debe opinar sobre lo que no nos afecta directamente, pero la cosa es que sí afecta, sí que me incumbe. A los mandos eclesiásticos mi educación les debe respeto, pero ellos no respetan que yo ande descarriado. a decir de su sentido del camino, y no pierden ocasión en atropellar con sus comentarios todo lo que se aparta de lo que su formación espiritual dicta como correcta. Por eso (insisto) acabo contando, termino en la obligación (moral tal vez) de posicionarme afuera de todos de ellos, de quienes sostienen que mi vida no me pertenece del todo o que la sociedad sin dios se despeña sin remedio o que traer hijos al mundo no es un asunto que yo pueda gobernar. Una sociedad sin dios es un triunfo del hombre, que es libre de creer o de no creer en instancias superiores a la razón y al libre albedrío del espíritu. No tengo ningún interés en saber si habrá una vida después de ésta. De hecho no hay ninguna razón que me incline a pensar que al final del camino se abrirá otro mágicamente, por designio divino, como si de verdad hubiese una inteligencia absoluta que gobernase los pasos que damos y los que no. Me conmueve, en lo estético, en la declinación de lo fundamentalmente racional y en la irrupción limpia de la belleza, la comunión del pueblo con sus imágenes, como la que anoche vi (en parte) en mi pueblo. Sé que no apreciaré lo que el creyente y que no podré en modo alguno penetrar en lo místico. A mi beneficio queda la liberación de un cierto grado de belleza, de belleza sin pasar por los conductos de la inteligencia, que es como en ocasiones se advierte mejor su hondura. Esa es la religión admisible, la que no entra en reglamentos morales que castigan al diferente (o lo igualan a un perro) o la que propugna la igualdad entre todos los que andamos por aquí, los mismos y los distintos, los que se arrodillan ante sus iconos y los que nos arrodillamos ante iconos diferentes. No conozco a nadie todavía que viva encapsulado, al margen de la fascinación de las imágenes. Da igual que sea una virgen en un altar o en un paso por las calles o un cuadro en una pinacoteca o un paisaje en la naturaleza, quien no sienta un temblor cuando esas manifestaciones de la belleza (la gran belleza) se le ofrecen y lo turban. Sin turbación, no hay vida. Vivimos mejor turbados. O quizá todo esto tenga sentido si unos cedemos y otros, observando ese acto, cede también. En fin. Creo que igual me hablo yo solo.
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2 comentarios:
No estás solo en el universo. Ando yo también, orbitando, gozoso, perplejo a sabiendas.
De esos que no se conforman con hacer de su alma una cristiandad e insisten con encono que los infieles coreen su letanía, los conozco a pares, Emilio. La fe vivida como evangelización, como campaña publicitaria. No descansar hasta que la letra entre, el verbo se haga carne y fuego.
Quienes venimos de esa cultura -tú y yo, supongo- por un lado andamos ajenos a su agenda, pero somos deudores, a nuestro pesar, de su narrativa. No podemos evitar secularizar su diccionario, del que alimentamos en nuestra infancia nuestro vocabulario. Dios está, sigue estando, como el fantasma paterno de Hamlet. Orbita nuestra iconografía, aunque hayamos desactivado el Goma2 umbilical.
Respecto a eso que cuentas de la iconofilia, va por culturas. La nuestra está en esencia cautiva de lo visual, quizá por herencia de siglos de imperio, curas y caciques, metiendo el miedo en el cuerpo, y mucha ignorancia, mucha. El español no sabe de un Dios que no pueda pintar y manosear, ver y bendecir en vivo. Eso de las hipóstasis divinas y otros santos misterios son eso, misterios, fuera del alcance del lego, custodiados por los santos padres. El español comprende lo que ve, reza por hambre, se reclina por dinero, ama lo que suda. La Virgen, por eso, no puede ser un ente imponderable; tiene que parecerse a Teresita, la panadera, o a Marta, la hija del boticario. E ir vestida, engalanada, que para eso es virgen.
No estás solo, Emilio. No estás solo, Ramón.
Yo soy creyente a ratos, atea a ratos. No sé si es posible ser tan veleta en asuntos del espíritu, pero hay ratos en que lo entiendo todo y otros, no sé por que, lo dejo de entender.
Y en esas andamos y vamos tirando 'palante.
Un saludo
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