No sé qué ropa voy a ponerme hoy. Normalmente no me detengo mucho en esas cosas. Abro el armario, hago que los dedos bailen un poco entre las camisas, tiro de la pernera de un pantalón y ahí se acaba el protocolo de la indumentaria con la que me cubriré y que delatará, en parte, cómo soy. Es curioso que sea la ropa la que nos defina más que el modo en que hablamos o los gestos que hacemos. Admiro a quienes cuidan su imagen. No creo que lo hagan por los demás o espero que no solo lo hagan por los demás. Estará también el amor propio, la sensación (escasa, no crean) de absoluto bienestar que a veces tiene uno consigo mismo, y a esa epifanía del alma puede contribuir una camisa de cuadros o un polo rojo. Me moriré descuidando esa faceta de la personalidad, pero a día que pasa más me fascina cómo les preocupa a los otros y qué hacen para agradar y para agradarse. En lo que nunca flaqueo, en lo que aplico un más esmerado baile de los dedos frente a las camisas, es en la ropa que voy a colocarme cuando voy a entrar en un colegio electoral y depositar mi voto. Da igual que en el fondo sepa lo inútil del gesto. No hago aprecio ni al daño que me hará descubrir, conforme pasen los meses y hasta los años, que toda mi confianza en el sistema político ha sido vulnerada, reducida a algo que no conozco y con lo que viven o se enriquecen unos cuantos, ya sean de los que yo voté o de los que no tuve a bien concederle el beneficio de esa confianza de la que hablo. Me visto con esmero, de verdad. Salgo a la calle con la sensación de estar participando en un acto trascendente. No diferencio entre comicios municipales, generales o europeos, como los de hoy. Soy un europeo raro, lo admito, pero sería incluso peor no ser europeo siquiera. El mapa de Europa está mejor desde que estamos juntos. No creo que haya habido un periodo de paz más duradero que éste que vivimos. Europa siempre ha sido un campo de batalla. Quizá solo por eso, por la limpieza del mapa que se cuelga en las escuelas, en los temas de Historia, merezca la pena elegir una camisa bonita, calzarme unos zapatos bien limpios y salir con mi mujer a la calle. Seremos muy inocentes y estaremos muy escarmentados, pero no pasa día en que, al votar, no me sienta una persona importante. Luego está la resaca, ya saben. El momento en que uno razona todo y deja que entre el cáncer en la cabeza. El cáncer es la política. Se está extendiendo. Nos están convenciendo de que va a dar lo mismo hagas una cosa o la contraria. Siempre interesó la apatía. Bueno, voy a vestirme.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Comparecencia de la gracia
Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...
-
A elegir, si hubiera que tomar uno, mi color sería el rojo, no habría manera de explicar por qué se descartó el azul o el negro o el r...
-
Con suerte habré muerto cuando el formato digital reemplace al tradicional de forma absoluta. Si en otros asuntos la tecnología abre caminos...
-
Celebrar la filosofía es festejar la propia vida y el gozo de cuestionarnos su existencia o gozo el de pensar los porqués que la sustenta...
1 comentario:
Una vez más tienes a gala -y nunca mejor dicho- ser un activista mental. Una reflexión la tuya muy elegante, muy bien vestida.
Feliz domingo, mon ami.
Publicar un comentario