Con los años uno adquiere verdadera destreza en el noble arte de la pereza. Se adiestra en construir un mundo a medida suya en el que cada objeto cumple con pasmosa eficacia la función que le hemos asignado. La realidad se convierte entonces en una especie de novela cuya trama está cabalmente configurada para que nada incomode a esa felicidad tan meticulosamente confeccionada. El extremo del que todo lo adapta a ese relajado vicio consiste en encapsular su existencia y someterlo todo a la tiránica influencia de la pereza. A diferencia del perezoso sin fundamento, que lánguidamente se despereza en la abúlica siesta de quien deja volar imbécilmente el tiempo, o del perezoso decimonónico, que se encerraba entre libros, arrobado en la contemplación de su propia vagancia, el perezoso contemporáneo es el Gran Emperador de Sí Mismo, un dios absoluto a cuyo antojadizo beneficio han contribuido graciosamente algunos milenios de progreso tecnológico. Digamos que sólo precisa el suficiente ancho de banda y un cierto desparpajo en lo económico. Las miserias laborales, las decepciones del corazón, las fracturas del alma y el tal vez natural desafecto hacia lo más acendradamente humano son extensiones argumentales de la novela en ciernes. Toda esta anorexia social está calculada en los balances financieros de las grandes multinacionales. El convaleciente ignora el alcance de su dolencia. Esta literatura de lo cotidiano carece, sin embargo, de épica. Tampoco exhibe una sintaxis cuidada ni la semántica es alta y noble y expresa la belleza sencilla de las cosas. Nos venden cifras que se ajustan a las necesidades que vamos teniendo: nos venden discos duros de muchos gigas, nos venden conexiones turbo y pantallas cuya definición rivaliza con sus pulgadas. Fuera de esos números, nada. El cero. La ausencia de contenidos. El vacío. Vivimos en un mundo virtual que consiente la proximidad del real por inercia, por la dinámica de los siglos, pero que nadie se llame a engaño: estamos entrando a pasos más que agigantados a un mundo nuevo. La novedad se aprehende pronto: se la examina, se asimila, se incorpora a nuestros hábitos y la hacemos nuestra. Parece que llevamos toda la vida manejando estos nuevos instrumentos. Tengo últimamente más amigos en la Red, con los que en ocasiones me comunico con más frecuencia que con aquéllos que conozco desde hace años, con los que he vivido experiencia reales, tangibles: amigos de mentira que se erigen más verdaderos que los auténticos, así que vamos a tener que redefinir qué es verdad y qué no. Hasta igual conviene renunciar a la verdad y abrazarnos completamente al universo impostado, en el que es posible discutir sobre Kafka con un internauta navarro que entró en tu página buscando una reseña sobre el último disco de Leonard Cohen o hacer amigos por la común adhesión al rock progresivo de los setenta. Pero al final, a pesar de la fricción, muy por encima de los nexos, está el vacío, el vacío completo de no saber qué hay detrás. Entonces qué más da que sea mentira.
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5 comentarios:
¡Qué razón llevas! Quizá sea una mentira pero también es una realidad, lo mismo da su grado de virtualidad. Yo estoy encantada con esa mentira real (¿o con esa real mentira?) porque disfruto con ella y eso es lo único que me importa. Muchos de mis amigos de carne y hueso son más virtuales que muchos blogueros y hasta, quizá, les tenga menos confianza. ¡Qué curioso es este mundo!
Besotes grandotes.
La lleva quien haya tenido una buena experiencia con gente en la red a la que no conoce y a la que acaba por sentir como suya, cercana, doméstica. Da igual que sea en la banda ancha. La vida es una banda ancha. Cambian, Isabel, los formatos. Pero hay gente muy buena por ahí afuera. Yo he conocido gente estupenda. Buena gente que la Red ha puesto luego en la calle: Álex, por ejemplo, que tú habrás leído por aquí en comentarios y que tiene una página de cine y de vida vivida que hay que visitar. Esas cosas son las que vale la pena. Todo lo demás no es de lo que hablo. Besos, amiga.
Me quedé sin palabras ni tiempo esta tarde, cuando leí tu reflexión. Pasó porque lo siento como tú. Siento que la gente lejana debería estar más cerca, tal y como yo les siento. Y pienso en que el tiempo jugará sus cartas para hacer que todo acabe como acaban las historias reales que ha veces parecen de mentira.
Me gustó mucho tu posteo, Emilio.
He llegado a tu blog de rebote, por una búsqueda desorientada, por un accidente muy normal entre los usuarios neófitos de "la red" (buscar una cosa y encontrar algo que no tiene nada que ver),en definitiva, por equivocación. Contrariamente a lo que me ocurre en otras ocasiones esta vez ha merecido la pena perderse. No he tenido tiempo de leer practicamente nada, pero las cuatro (no en sentido figurado) cosas que he visto me invitan a seguir visitando este sitio. No soy nada ducho en el manejo de blogs, links, sites y similares por lo que probablemente este comentario debería de aparecer en otro sitio, pero mi intención es sobre todo decirte que, desde mi punto de vista, has descrito perfectamente la realidad de mucha gente.
Yo pertenezco todavía al grupo de los incultos del ciberespacio, esa especie en extinción que se empecina en interactuar con lo fisicamente tangible y próximo. A lo mejor es porque de esa forma las posibilidades de cometer errores de percepción respecto de tu interlocutor disminuyen, o a lo mejor es porque mi faceta perezosa entiende que zambullirme en los mundos virtuales e intentar averiguar sus mecanismos requiere demasiado esfuerzo. No lo se exactamente pero es un hecho.
Al igual que es un hecho que para poder llegar hasta aquí en futuras ocasiones lo voy a agregar a mis favoritos pues no creo que buscando información sobre los inicios de Grateful Dead vuelva encontrar este blog (otra vez vence la pereza como puedes ver).
Gracias por permitirme asomarme a tu mundo virtual.
Alex Yo así lo siento, amigo. Así.
Huci, gracias a ti por entrar en el espejo. Es tu casa, aunque suene a frase quemada. Tal vez esté quemada, pero hay que volver a usarla. Esto vale por los comentarios, por lo que los que leen, dicen...
Lo de la incultura cibernética no es un problema. Se llega de pronto y no se precisa adiestramiento excesivo. Yo soy un torpe digital, y mira... Hasta tengo mi paginita. Abrazos, Huci...
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