Hacía tiempo que no oía blues en directo. Ya no digo blues bueno o el blues que suelo oir casi a diario. Tal vez esa abstinencia hizo que anoche disfrutara muchísimo con el cartel que el festival de blues de mi pueblo programaba. Es que mi pueblo se hermana con el delta del Mississippi una vez al año por lo menos y el patio de armas del Castillo se asemeja (ya verán ustedes cómo lo hacen pero deben entender que me mueve la emoción pura y en ese trance la óptica de las cosas no se deja manejar por la razón) a uno de esos antros infectados de nicotina, oliendo a bourbon, unidos por un túnel metafísico (no puede ser de otra manera) con el cielo o con el infierno, pero desde luego nada que se parezca al mundano discurrir de las horas en la tierra. Contento de cerveza, de finas ruedas de secreto ibérico embuchado (gentileza de los hermanos Linares) y de tabaquito a discreción, asistimos anoche a una ceremonia sencillamente extraordinaria. Sí, ya sé que como no veo mucho blues en directo quizá esté dejándome llevar por la emoción pura ésa de la que hablaba. Pues no tengo interés alguno en rebatir esas torceduras lingüísticas. Estuvecon amigos (muchos) y oímos (mi mujer y yo) blues antológico. Edu Manazas y la Whiskey Train. Sax Gordon y su banda. Y ahora no entro en buscarle tres pies al gato (tripodología) y describir qué hicieron y cómo. Simplemente hubo blues, gotitas de jazz soplado con muchísimo talento y una tripa de secreto ibérico embuchado que fue repartida como la hostia de la comunión por todos los feligreses allí hermanados.
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2 comentarios:
Qué buen aura lo que describes. Por mi parte, boton envidia modo on
Saludos!
Modo on, está bien. Yo echo de menos ratos así, que suelo tener pocos. El secreto embuchado dio el contrapunto ibérico y la birra ubérrima, como dice un amigo, sentenció la noche, Babel. A ver si pronto cae otra.
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