Cuesta no venirse abajo. También a veces aguantar cuando se está arriba. Consiente uno el cuadro intermedio, esa pequeña felicidad de no aspirar a una felicidad mayor, que no siempre se gestiona con oficio y acaba pasando factura. He sido feliz, lo soy hoy a poco que lo pienso y me cuadra que seré feliz en tiempos venideros. No hay más que roer. En cuanto cuaja el anhelo del placer, eso acaece pronto, ya no se puede dar marcha atrás. No existe el mecanismo que restituye la bondad de un instante perfecto o la suma de algunos instantes. A lo sumo, cuando irrumpe uno nuevo, lo comparamos con los conocidos, le damos la bienvenida y procedemos a buscarlo. De ahí que convenga un poco de asombro. Es el asombro el que lo limpia todo. Es su seducción la que nos mantiene alerta y vivos. Es un error creer que está todo hecho y tenemos convicciones sólidas, de las firmes e inconmovibles. Debiera uno no tener certezas, salvo algunas muy fundamentales (el amor que entrega o el que recibe) y ni siquiera ese está en garantía.
La pedagogía de la felicidad es la única asignatura del alma, pero no acaba nunca su instrucción ni se tienen de ella los marcadores y los instrumentos. Es mejor no tener esa propiedad. Se vive mejor en el aprendizaje. Hace un tiempo que tengo verdadera preocupación por saber manejarme en estos asuntos. Me aplico con esmero, me entrego con ahínco, pero ando en zozobra, vuelco y caigo y me animo a ponerme en pie. Así hará el resto, supongo, tenga o no voluntad de pensar tanto las cosas y buscar un resultado satisfactoria de la pesquisa. O no hay logro estable, está bien que no lo haya, es mejor que andemos a ciegas, es buena la incertidumbre, es hermosa la búsqueda. Basta la adquisición (lenta, premiosa) de algunas rutinas.
La de ahora en una calle de Puente Genil, escribiendo en el móvil, interrumpiendo la escritura si algo la distrae. Una mujer con un carrito enorme de compra. Una muchacha bebiendo una lata de medio litro de bebida energética (se le desbocará el corazón, se le descompondrá el orden de sus emociones). Un coche parado en la vía más de la cuenta y unos cuantos apremiándolo para que circule. Pasa un hombre de edad avanzada con una camiseta de Guns n’ Roses. Otro lo para. Conversan del partido de hoy. Lo verán en un bar. Movistar es muy caro. No llegues tarde, sentencia uno. Un imponente Jaguar con música flamenca a tope tiene un faro roto. Luego tomaremos una cerveza, volveremos a casa, tendremos la certeza (hay que guardar algunas) de que el mundo sigue girando y nosotros estamos dentro. Cuesta no ceñirse a un plan. Se pierde a veces un tiempo precioso diseñándolos. Cuesta no derrumbarse, pero incluso caer es parte del guion y la escritura es la que uno decide. Me afinco en mis palabras. Ellas me acompañan y tutelan. En ocasiones solo me entiendo cuando escribo.
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