Nueva York abre hoy al alza. En Wall Street es en donde se libran las batallas diarias. Se agrieta el interior de la tierra, la madre natura iza un mar sobre un país y los números en las pantallas azules se mueven. El barril de petróleo de calidad Brent es el dios plenipotenciario. La mascarilla del japonés de la fotografía obedece al hedor de los números. Uno puede pensar que lo mueve la fuga radioactiva, pero es el índice Nikkei el que lo está matando. Probablemente tenga un par de pisos a medio pagar y su puesto de trabajo en una fábrica en la periferia de Tokio esté al cierre o en suspensión de pagos hasta que el temporal amaine. Al sujeto de la mascarilla lo que le duele es el aire viciado de un mundo que se agrieta adentro y en la superficie. Es un zombi y tiene gestos de zombi. Cree que todavía es humano, pero la mascarilla lo ha convertido en otra cosa. De hecho no basta quitársela para que el efecto demoledor de su uso desaparezca. El peso moral de la mascarilla se arrastra de por vida. Una vez que hemos colocado la prótesis en el rostro, a medida que la piel se hace al contacto áspero de esa mezcla infame de plástico y tela baratos, la vuelta atrás no es posible. Pasa igual cuando uno pasa hambre. En las penurias, el cuerpo adopta una actitud hostil contra la realidad. Una parte del cerebro registra el dolor y jamás lo olvida. Se queda ahí, en mitad de la masa gris, en ese territorio abismal, grabado a fuego. Por eso los números de la pantalla azul que vigila al zombi gobiernan el mundo. Son como el latido del cosmos. No me extrañaría que existiera un club de afectados por el índice Nikkei. Una nómina triste de convalecientes de tsunamis, terremotos y apocalipsis bursátiles. Los de las mascarillas mentales. El lustroso equipo de damnificados habitual.
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3 comentarios:
Principio de Aquímedés (el sinescrúpulos):
Todo especulador sumergido en una catástrofe o desgracia experimenta una subida de su índice bursátil igual al número de víctimas que desaloja.
¡Qué asco de mundo!
Muy bueno.
Precisamente hoy, ya es casualidad, he estado hablando de Arquímedes, referido a otro asunto. Las víctimas desalojadas, en el fondo, somos tú y yo y gente como tú y yo. Gente de lo más normal. El pueblo llano. Ya menos llano: más hundido. No nos pongamos melodramáticos. O pongámonos, no sé. Es lunes.
Distancias siderales como de plástico fluyen en el cosmos mental y llaman a los seres del más allá y a las mentes pensantes de la tierra para encontrar una solución al problema de las moléculas de talento.
Arquímedes era un extra en una peli de romanos.
Buenas noches a todos, lectores del Espejo.
Juan Espino
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