Hemos tenido suerte. Entre los muertos del Japón no hay ningún español. Nos hemos librado de una desgracia. Los muertos que salen en primera plana en los periódicos son siempre muertos antológicos, muertos clásicos, muertos enciclopédicos. La muerte es un píxel quemado. Uno de los problemas de la alta definición es que restituye una imagen perfecta y la muerte se exhibe con una calidad irreprochable. Muertos de un cromatismo lírico. Muertos sin aristocracia. Muertos sin épica. Muertos sin pedigree. Porque la épica es materia noble que sucede en países muy historiados o en novelas de género. Los muertos, los sacrificados, son siempre estadística, números en un parte radiofónico. Los del Japón no son como los de Haiti, pongo por caso. Cuando el terremoto devastó la isla caribeña, aquí no se cerraron fábricas ni los restaurantes exóticos dejaron de ofrecer el rico sushi. En Japón no ha habido bajas españolas. Menos mal. Lo dicen siempre así en el telediario: no ha habido ningún español en el listado de bajas. Y entonces me he tomado el postre francamente aliviado. Siempre hay incontinencias que te incomodan la digestión, me ha dicho K. mientras pelaba una naranja. Siempre hay un desaprensivo que te cuenta cómo va el mundo. Uno de esos que se esmera en el recreo de las palabras, con empeño en no escatimar ninguna de las dimensiones de la tragedia. Estamos abastecidos de tragedia. Nos la abastece la vida sin pedírselo. Pero por esta vez no ha habido muertos españoles. Nunca suele haberlos. Quizá estamos bendecidos o es que viajamos poco. El texto, me dice K., lo guardas para otro cataclismo. Tampoco habrá difuntos patrios. O habrá pocos y se les dará a los pobres los más altos honores de Estado. Los míos siguen a refugio del desastre. Ahora de pronto me ha dado por pensar en qué son míos. Cómo no lo son los japoneses. De hecho mi ocio depende más de ellos que de nadie. Voy todas las mañanas al trabajo cargado de circuitos facturados en Japón. Soy un cyborg. Eso es otro asunto. El que nos ocupa, el triste, ha tenido hoy en la televisión un saludable latiguillo: no se conocen víctimas españolas. Mi país no lo diezma el cólera ni lo cubren las aguas del mar izado por un seísmo. Vayan pensando qué lo está devastando...
20.3.11
Menos mal
Hemos tenido suerte. Entre los muertos del Japón no hay ningún español. Nos hemos librado de una desgracia. Los muertos que salen en primera plana en los periódicos son siempre muertos antológicos, muertos clásicos, muertos enciclopédicos. La muerte es un píxel quemado. Uno de los problemas de la alta definición es que restituye una imagen perfecta y la muerte se exhibe con una calidad irreprochable. Muertos de un cromatismo lírico. Muertos sin aristocracia. Muertos sin épica. Muertos sin pedigree. Porque la épica es materia noble que sucede en países muy historiados o en novelas de género. Los muertos, los sacrificados, son siempre estadística, números en un parte radiofónico. Los del Japón no son como los de Haiti, pongo por caso. Cuando el terremoto devastó la isla caribeña, aquí no se cerraron fábricas ni los restaurantes exóticos dejaron de ofrecer el rico sushi. En Japón no ha habido bajas españolas. Menos mal. Lo dicen siempre así en el telediario: no ha habido ningún español en el listado de bajas. Y entonces me he tomado el postre francamente aliviado. Siempre hay incontinencias que te incomodan la digestión, me ha dicho K. mientras pelaba una naranja. Siempre hay un desaprensivo que te cuenta cómo va el mundo. Uno de esos que se esmera en el recreo de las palabras, con empeño en no escatimar ninguna de las dimensiones de la tragedia. Estamos abastecidos de tragedia. Nos la abastece la vida sin pedírselo. Pero por esta vez no ha habido muertos españoles. Nunca suele haberlos. Quizá estamos bendecidos o es que viajamos poco. El texto, me dice K., lo guardas para otro cataclismo. Tampoco habrá difuntos patrios. O habrá pocos y se les dará a los pobres los más altos honores de Estado. Los míos siguen a refugio del desastre. Ahora de pronto me ha dado por pensar en qué son míos. Cómo no lo son los japoneses. De hecho mi ocio depende más de ellos que de nadie. Voy todas las mañanas al trabajo cargado de circuitos facturados en Japón. Soy un cyborg. Eso es otro asunto. El que nos ocupa, el triste, ha tenido hoy en la televisión un saludable latiguillo: no se conocen víctimas españolas. Mi país no lo diezma el cólera ni lo cubren las aguas del mar izado por un seísmo. Vayan pensando qué lo está devastando...
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