19.7.20

Bosquiniadas X / Visión del más allá / La ascensión al empíreo

No desear que las vacaciones se prolonguen hasta que sacien de verdad es engañarse a uno mismo, me dice K., salvo que no se sepa bien cómo administrar el ocio (en qué emplearlo) y sólo se complazca el ánimo en la rutina del trabajo. O tal vez ninguna holganza sacie del todo e imploremos una moratoria del estío, que viene a ser una dilación de la hora en la que tendremos que dar el callo (esa expresión contundente, ese martillo pilón de las responsabilidades) y hacer que la rueda siga girando y se encienda de nuevo la maquinaria de la costumbre. El problema estriba en que no sabemos ocuparnos de nosotros mismos, tememos el momento en que haya que esmerarse en complacernos. Porque hay placeres livianos que se acometen sin pensar mucho y concurren con una escenografía mínima, pero al final queda uno a merced de sí mismo y la cabeza empieza a ejercer de cabeza y nos hace las preguntas y nos embolicamos en las respuestas, que no llegan, no se nos instruyó, nos dieron otros instrumentos, pero no todos, algunos se buscan conforme se necesitan. Pero qué placer no dar con las respuestas, qué tiempo más maravillosamente perdido el de afanarse en dar con ellas y no alcanzarlas. Esa bruma deliciosa. Ese jardín de las delicias estival. ¿Ya están viniendo los ángeles tutelares para conducirnos a la luz? ¿Se oyen venir? ¿Baten las alas? ¿Recitan salmos consoladores?

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