2.7.20

Bosquianadas VII / El jardín de las delicias / El infierno



En el fondo es un diálogo hueco, no tiene sustancia, tal vez la poca que haya sea la de algunos más empecinados en mostrar las debilidades del espíritu que sus fortalezas, como si (dijéramos) prefiriéramos constatar el avance de la enfermedad y la documentáramos profusamente en lugar de ocuparnos en dar con los fármacos que la rebajen o retiren. En este ir y venir de las cosas, surge la desconfianza, cómo no habría de pasar eso. Se desconfía para no perder la escasa ilusión que tengamos en que las cosas finalmente funcionen, salgan bien, prosperen, todo eso. La desilusión nace de una confianza herida. Desconfianza, desilusión, decaimiento, nada que invite al alborozo, ni siquiera a la esperanza, eso tenéis, maestros. De ahí que  no entremos en la consideración de pensar en el futuro. Cuando lo hacemos, no damos con la tecla o la pulsamos con titubeo. No sabríamos qué decir sobre lo que no nos ha sido mostrado. Mañana quién sabe, eso podríamos responder. Hacer como que no va con nosotros. Esperar órdenes. Saber que trabajaremos con lo que buenamente encontremos. Como el actor que espera con ansia el próximo libreto y prefiere interpretar al Shylock del Mercader de Venecia shakespeariano (en su famosa catilinaria) que a un boticario en un entremés de Lope de Rueda. Ya saben: "Soy un maestro. ¿Es que un maestro no tiene ojos? ¿Es que un maestro no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que cualquier otra dignidad pública? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?" Porque a veces este gremio se limita a pronunciar el ipse dixit de Cicerón, que viene a ser el "yo lo que tú digas, que para eso eres la autoridad y yo un funcionario de probada mansedumbre, no vaya a ser que discrepe y me dé por discrepar más y acabemos usted y yo a la gresca, que no es cuestión, ni va a serla, está probada de sobra la obediencia de este noble cuerpo, incluso la docilidad , que es especie de más enjundia semántica"  Y la nave va, la vida sigue su curso, a todo se le encuentra arreglo, aunque sea a lo loco, sin que se persone la voluntad de las cosas bien hechas, cual personaje demiúrgico que apareciera de improviso en la coda de cada acto de la obra y arreglase los desbarajustes. No habiendo tal figura, aquí andamos. Empezamos sin saber, pero quién sabría. Con tal de que haya portátiles y wifi para todos, se oye decir a alguien. Me da por pensar en obras de teatro en las que hay colmo de medios (escenografía, maquillaje, vestuario, música) pero cuyo libreto es mediocre, si no malo. En la escuela (quiero pensar así) sucede a la reversa: tenemos un texto formidable y actores entregados. En ocasiones, echamos en falta un elenco con más personal o nos molesta (qué dulzura de verbo, qué poco hostil es) que los cuartos se empleen en el atrezo, cuando es más apremiante que se libre en otros menesteres de mayor urgencia. ¿Puedo opinar?, pregunta el docente. Es que tengo ojos, manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones...

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