Conmueve la ternura, se apresta a que la bondad irrumpa y permanezca. Luego se desvanece, a pesar de la voluntad de que persista. Duele que sea lo malo lo que perdure. Ahora que los balcones se tapizan de banderas patrióticas piensa uno en el movimiento que hemos consensuado los que apreciamos la cordura y el temple. Los otros no creo que sean insensibles o que se inclinen al desatino a lo loco, sin caer en la cuenta del daño que causan o que, a la larga, se causan a sí mismos y, por ósmosis jurídica, a todos.
Fascina la visión del pueblo echado a la calle festivamente, unido por ciertos valores irrenunciables, sacados de sus casas para exhibir un modo de pensar o de posicionarse en el mundo. Ahora que flaquea la conciliación o la concordia o la armonía, agrada que estemos conscientes. Lo de antes era anómalo: faltaba que uno diese un giro en la rutina de las cosas para que el otro ideara cómo contrarrestar el ruido que hizo la pieza movida.
Contra la persistencia de unos acude la firmeza de otros. Como no sabe uno la letra pequeña y la trascendente de las leyes, se conforma con sentirse esperanzado en la diligencia de quienes sí conocen las obligaciones que emanan limpiamente de esas leyes, que son el asidero fiable y legítimo para que nadie obre a su antojadiza manera, sin acatar el rojo del semáforo o la cerradura que clausura la propiedad ajena. No es un mundo de emociones, no deben ser esos voluntos sentimentales los que escriban las normas.
Sirve la política para despejar estas acometidas inasumibles por todos, aunque algunos, los afines, las esgriman y consideren válidas, sin considerar la dimensión de la tragedia, el flaco favor que se le hace a una sociedad madura, hecha a andar con firmeza, confiada en la gestión de sus administradores e íntimamente feliz por vivir en uno de los mejores mundos posibles, a pesar de las fracturas que produce todo movimiento. Pero nos movemos, avanzamos, afrontamos juntos el futuro, compartimos una casa común, no nos anima la idea de que se extravíe o que se malee esa sustancia humanista de armonía y de confort.
A la larga, si hay extravío, si cunden el apartamiento y la escisión, tendremos que reescribir la plana de obligaciones y de derechos, articular un mapa nuevo en el que vivir. No creo que vaya a más el desatino. No son tiempos de beligerancias obstinadas o fratricidas o cainitas. Lo son de ternura y de cuento la ternura arrastra. Tengo la convicción de que acabará triunfando, aunque me cueste portar esa esperanza a la vista de lo que nos cuentan. Está todo muy embarrado. Escribir sobre el amor es de una temeridad escandalosa.
Habrá quien me censure por cándido, por inocente, por creer en que regresará el concierto o por pensar que se entablará algún tipo de diálogo o por conceder a la política el papel que se le encomienda, el de procurar a sus administrados una brizna de bienestar, aunque algunos no la entiendan o la censuren ásperamente, negados a ver más allá de sus símbolos y de sus juveniles ansias de emancipación. Lo malo perdura, ya lo sé. Quizá estemos hechos para sobrevivir, no para vivir únicamente. Es el prefijo el que bastardea el discurso. Se irán de la casa familiar quienes puedan hacerlo, amparados por alguna ley que les permita salir, sin que nadie les afee el gesto, sin que se amotinen unos y se solivianten otros. Vendrán tiempos mejores, serán nuestros.
13.10.17
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1 comentario:
Soberbia plasmación de lo que tenemos, bien expresado, con mesura y con conocimiento. Lo subscribo desde que empieza hasta que acaba. Un saludo.
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