14.8.15

Teselas austrohúngaras

A mi amigo Pedro le fascina la palabra tesela. Hay palabras que dicen más de uno mismo que parlamentos enteros. Por eso las pronunciamos con una especie de pudor. Como si revelasen de nosotros lo que no conviene. Como si abrieran un secreto o dejasen todas las puertas del alma abiertas y dejásemos que la realidad las rebasase. Palabras que tutelamos como tesoros. Quizá no tengamos otros. Somos las palabras con las que descerrajamos el himen fiero de lo real, que no se sabe bien qué es. Como cuando de niño descubres un juego y lo conviertes en el centro del mundo. Así son las palabras. Las hay que te poseen y hacen que todo gire alrededor de ellas. Sucede, aunque no te percates. El poeta tiene conciencia de las palabras. Sabe qué peajes exigen, conoce el veneno dulce que apresan. La vida duela, las palabras duelen, pero alivian, sanan, hacen que el trayecto sea vivido. Escribo esto en la sala de espera del centro médico. Espero a que la doctora me diga si estoy sano. Nunca se está sano del todo. Va uno aplazando el ideal de salud o lo cancela del todo. Con tal de no perderla completamente vale todo lo demás. El dolor es el que no sabemos llevar. No estamos educados para el dolor. Leí una vez que en un hospital - creo que en Estados Unidos - no solo iban payasos a animar a los niños enfermos: habían contratado cuentacuentos. La felicidad viene de las palabras, de las historias que las palabras van trenzando. Cuando las escuchamos, si estamos de verdad atentos y nos cautivan enteramente, se interrumpe el dolor, se vacía el caudal del daño que nos produce. No es un cese completo. El dolor vuelve siempre. Lo que importa es la voluntad de administrarlo. Y lamentablemente no siempre sucede, no es posible en cualquier circunstancia gobernar lo que nos rebaja. Tampoco en eso estamos educados. En aceptar las inconveniencias, en consentir que la vida vaya en serio, como decía el poeta, y nos zarandee y malogre todo lo bueno a lo que aspiramos. Creo que me toca. Le diré a la doctora que he sido un niño bueno y me he tomado todas mis pastillas. Me dirá que no habrán sido suficientes. No podré, como hacía magistralmente Berlanga, colar en la conversación la palabra austrohúngaro. No vendrá al caso. No sabré calzarla bien entre las demás palabras. Ni tesela, Pedro, ni tesela. 

2 comentarios:

Antonio Cuadrado dijo...

Y ahora usted me dice que escribió el texto en el móvil en la sala de espera del médico... Vamos, hombre, vamos...

Belkys Pulido dijo...

Cuando leo lo que usted escribe, me siento tentada a contar cuentos, pero no desde lo que sé, sino desde la raíz misma de esas palabras e historias que curan el mal del cuerpo y alivian los oídos. Si de algo le sirve, estas palabras suyas me han abofeteado y gracias a ellas, salgo de un marasmo

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