Dios ha abandonado Detroit, pero no se ha llevado los libros. Los de la fotografía pertenecen a la biblioteca municipal de la ciudad donde emergió la más potente industria automovilística del mundo y el sello de música negra más emblemático de la historia de la música, la gloriosa Tamla Motown. Ninguno de los vecinos ha entrado para saquear las estanterías. Quizá la razón por la que las bibliotecas cierran es porque la gente no lee. No interesa, no es algo que vaya a llevar a ningún sitio, no se puede esperar que leer haga que la vida sea mejor o que los problemas desaparezcan. La autoridad declina vigilar lugares que no propician el robo, asume que no habrá descerebrado que se arriesga a ir a la cárcel por unos libros. Yo creo que incluso descartan el hecho mismo de que el robo de libros pueda ser condenatorio. Cárceles llenas de intelectuales pobres, comedores en donde los platos no caben en las mesas porque los comensales están terminando de leer a Pynchon o un volumen sobre mitología nórdica. El que lee sabe lo que cuesta aplazar el final de una obra por un cometido tan irrelevante como almorzar o tener que ir al trabajo. Se demuestra el grado de cavernalismo de la sociedad por cosas como ésta: antes eran las bibliotecas lo primero que saqueaban los ejércitos. Imaginaban al libro como una suerte de arma también. Los pueblos iletrados han sido siempre más reacios a la defensa combativa. Han preferido ser invadidos. La invasión de ahora no cuenta con ejércitos que recorran las calles y exhiban sus tanques y sus armas - que también según donde ponga uno el dedo en el mapa - Se trata de otra invasión menos invasiva, digamos. A veces ni se nota que está en marcha. Ni estando muy atentos se percibe, pero el daño está hecho y va a más. Una de las cosas que se pierden irremisiblemente es la identidad. Nos la arrebatan. Nos dejan sin la insignia propia de cada pueblo. Borran las costumbres. Lo propio de cada pueblo lo hace más fuerte, lo mantiene unido contra lo que lo acecha. Nos estandarizan, nos nivelan, nos igualan. Lo asombroso es que no encuentran resistencia alguna. Es más: en ocasiones se percibe incluso cierta afectuosa adhesión. La maquinaria es imparable; imparable e invisible. Se llama Big Data. Le han puesto ese nombre de fonética fácil, aunque esté trenzado con el latín y con el inglés. Así todo el mundo lo entiende bien, que es de lo que se trata. El Big Data es el que está vaciando las catedrales de los libros, las benditas bibliotecas. Dios ha abandonado los anaqueles. Está en bits, en ceros, en unos, anda por ahí, si es que anda por algún lado, comprobando el nuevo terreno en que moverse. Hay que creer, se tiene que poner un poco de fe. De no creer, de no interponer la fe en el conflicto - todo son conflictos, a poco que se mire todo son conflictos - las bibliotecas dejarán de ser lo que son. Otra cosa serán, otra, seguro, pero no bibliotecas. Las convertirán en parques temáticos. Venderán hamburguesas a la puerta. Te pondrán una pulsera para que accedas a todos los departamentos.
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3 comentarios:
El futuro ya está aquí servido en pequeñas dosis. Bien visto. Un abrazo
Tan escalofriante como certero. Dan ganas de echar a correr, pero hacia donde?
Quizás podamos detener el desastre. Cada hijo lector es un arma, cada nieto, cada alumno. Nada me transporta como el aroma de un libro, ni el café, ni un buen vino.
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