No haber hecho nunca deporte o, al menos, no practicarlo de modo voluntario, hace que al hacerlo ahora sienta que de algún modo he perdido el tiempo. No sé en qué lo habré ganado. Pienso en todos los ratos en que ignoraba el placer que procura, en la sensación de confort absoluto con uno mismo que te deja cuando te das una buena ducha y te empleas en las cosas que hacías antes cuando el deporte no existía. De hecho es posible que el deporte sea todavía una pequeña excusa para que la lectura del libro o la charla amena con los amigos en las terrazas del verano sean más placenteras. Leí hace tiempo que hace falta tener hambre y tener sed para comer y beber de verdad. Me falta la convicción de que hago deporte por el deporte en sí y no por lo que luego me regala. Y acepto que me regala muchas cosas. Ahora mismo, en este instante, este cansancio dulcísimo hace que escriba de otra manera: noto que las ideas fluyen de otra manera o que la misma escritura, el estilo que pueda tener, fluye también con más soltura. Chesterton no hizo deporte en su vida y escribió páginas memorables. Dudo que haga falta machacarse en un gimnasio (como suelo en este verano) para que después leas a Cortázar y aprecies cosas que antes ni viste. Lo curioso es que funcione de igual manera si alguien que esté hecho al deporte y no haya tenido el gusto de meterse en hondura con Chesterton o con Kafka o con Borges cae en la cuenta de que ha estado perdiendo enormemente el tiempo y, tras cada sesión en el gimnasio o después de darle la vuelta al pueblo quemando toxinas, se sienta en su butaca favorita (alguna tendrá) y conoce al Padre Brown, a Gregor Samsa o a Funés el Memorioso. Más: ¿cómo sería hacer deporte después de esa inmersión en las grandes palabras de la literatura? De momento sigo sudando como un pollo, sintiendo cómo el cuerpo (lo que me quede recuperable) se robustece. El verdadero placer consiste en trincar un tercio bien frío de cruzcampo y perderse en su bruma dichosa de lúpulo y de espuma. Todo en esta vida, si está bien hecho, es un puro acto de amor.
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6 comentarios:
Todas esas cosas raras que escribes... Insisto en que dan que pensar... Y eso es tan difícil hoy en día en que todo el mundo dice lo mismo y lo dice de la misma manera... Así que, caballero Calvo de Mora, felicidades, y en lo que me toca, gracias, nuchas gracias por las lecturas del verano, y las anteriores, muchas, a decir verdad.
Sigue dándole al gimnasio, la pluma y la Cruzcampo en ese orden, Emilio, que es una buena empresa.
Saludos.
Sete.
Yo no sé si hago deporte. Yo solo camino compulsivamente hacia cualquier parte durante mucho rato. Eso me alivia del aburrimiento de la cinta de correr, de los circuitos de footing y me procura un cansancio que no sé si es bueno o no para la lectura. Durante mis nueve días de Camino de Santiago por un recorrido absolutamente solitario no he sentido ninguna necesidad de leer a pesar de mi elección de un Breviario de Cioran que no soportaba leer en medio de los paisajes de los bosques. Lo cierto es que el cansancio libera endorfinas y eso procura un cierto placer. Hay un libro de Peter Handke que te recomiendo si no lo has leído ya que se titula Ensayo sobre el cansancio. Muy interesante.
No he corrido nunca. Leer, mucho. Un placer tu lectura.
Ahora salgo a correr, como de costumbre. Después, como de costumbre también, leeré. No soy de beber, pero entiendo lo que dices. Te tendré en mi cabeza en esas dos empresas agradables. Un saludo.
Lo mejor del deporte es el "tercer tiempo". Un abrazo
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