No existe lo que no se nombra. Lo dijo George Steiner, pero lo acuña cualquiera que se enfrenta a lo desconocido, que viene a ser lo realmente trascendente, lo relevante, lo que hace que el corazón se encienda y que el mundo gire. Tengo a mi favor la inercia de los vicios. Todo lo que no conozco me entusiasma. Las tengo altas y las tengo nobles, aunque a veces las enfangue en asuntos que no vienen al caso de este escrito. Hay metafísica incluso donde no parece que pudiera haberla. Y amor y ternura y gozo. Está el día levantando sus pólenes, poniendo desde primera hora los obstáculos habituales, pero el cielo es azul y a lo mejor alguien está escuchando ahora un concierto de Bill Evans. Puede que no exista lo que no se nombra, pero nos levantamos buscando la novedad, arañando las partes sin pulir de la superficie sacrificada. Estamos en este juego por ver cómo avanza. Da igual perder. De hecho es un juego del que partes con la idea de que terminarás perdiendo. Pero es una pérdida maravillosa. No hay otra que la iguale. Ganar no era parte del entusiasmo con el que se sale. A lo mejor, por lunes, se levanta uno con este volunto conciliador. Que les vaya bien a ustedes. Yo me voy a trabajar. En estos tiempos de zozobra y de fiebre y de hastío, no es poca cosa. Tiene que haber un relato de Carver que cuente un poco de todo esto.
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