Hay algunos que no duran nada. Libros de una inconsistencia absoluta, aunque pesen y ocupen un trozo considerable de un anaquel. De esos, de los irrelevantes, no nos vamos a ocupar. Los otros, los que al menos soportan con dignidad el tiempo que les entregamos pacientemente, son los que merecen algunas consideraciones. La paciencia a la que citaba anteriormente es lo primero que de verdad asombra de cualquier lector. Entrar en un libro, ahondar en lo que cuenta, intercambiar el mundo que ofrece por el mundo que lo rodea, es armar la paciencia de la que cada uno dispone, afinarla, impostarla al modo en que esmeramos la voz cuando deseamos que llegue más lejos o registre tonos que no son los habituales. Creo que no he visto ninguna otra empresa humana que pida para su desempeño una dedicación más pacífica. Ninguna que no produzca, a su término, un estado de paz con uno mismo mayor. Importa escasamente que el formato sea el papel o una pantalla, aunque admito algún argumento de índole romántica, alguno que privilegie el objeto físico, el libro cabal, el que, observado en detalle, en su anaquel, impone un respeto ancestral. Como un dios en su laberinto de causas y de efectos. De los libros que no duran nada se hablan o se escriben cosas que luego se van viniendo un poco abajo. Comos si de verdad no mereciese en absoluto la pena encresparse en demasía con ellos. En realidad tienen su función, supongo. Cumplen un cometido que otros desconocen. Cada libro es un objeto sagrado, pero unos lo son más que otros y nos suben a un cielo más alto. Pero todo esto creo que ya lo he escrito antes. Hoy se me ha ocurrido que está bien recordármelo. Me voy a mi tocho de cuentos de Faulkner. Me lleva mirando toda la tarde.
6.6.13
Lo que dura un libro
Hay algunos que no duran nada. Libros de una inconsistencia absoluta, aunque pesen y ocupen un trozo considerable de un anaquel. De esos, de los irrelevantes, no nos vamos a ocupar. Los otros, los que al menos soportan con dignidad el tiempo que les entregamos pacientemente, son los que merecen algunas consideraciones. La paciencia a la que citaba anteriormente es lo primero que de verdad asombra de cualquier lector. Entrar en un libro, ahondar en lo que cuenta, intercambiar el mundo que ofrece por el mundo que lo rodea, es armar la paciencia de la que cada uno dispone, afinarla, impostarla al modo en que esmeramos la voz cuando deseamos que llegue más lejos o registre tonos que no son los habituales. Creo que no he visto ninguna otra empresa humana que pida para su desempeño una dedicación más pacífica. Ninguna que no produzca, a su término, un estado de paz con uno mismo mayor. Importa escasamente que el formato sea el papel o una pantalla, aunque admito algún argumento de índole romántica, alguno que privilegie el objeto físico, el libro cabal, el que, observado en detalle, en su anaquel, impone un respeto ancestral. Como un dios en su laberinto de causas y de efectos. De los libros que no duran nada se hablan o se escriben cosas que luego se van viniendo un poco abajo. Comos si de verdad no mereciese en absoluto la pena encresparse en demasía con ellos. En realidad tienen su función, supongo. Cumplen un cometido que otros desconocen. Cada libro es un objeto sagrado, pero unos lo son más que otros y nos suben a un cielo más alto. Pero todo esto creo que ya lo he escrito antes. Hoy se me ha ocurrido que está bien recordármelo. Me voy a mi tocho de cuentos de Faulkner. Me lleva mirando toda la tarde.
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1 comentario:
Hace tiempo que no le echo un ojo a Faulkner, gracias por el favor.
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