Álvaro Pombo sostiene que el amor, como Dios, son tareas imposibles. A lo que recurre para armar esa idea fascinante es a la misma esencia de lo humano, que es un eterno aspirar a lo sublime, a cuanto no precisa añadido porque está expresado con absoluta eficacia, sin fractura, entera y perdurablemente. Dios, como el amor, es la empresa a la que no se accede de forma voluntaria. Uno no se enamora por voluntad ni cae en el trance de la experiencia divina a capricho de su genio. No conozco a nadie que haya sido capaz de provocar esa injerencia mágica. Y hay quien se despide de este mundo sin haber conocido ni lo uno ni lo otro. Quien no encuentra a su media naranja ni a su dios verdadero y fatiga los días con sus noches sin que ese vacío lo merme. También habrá quien, en la posesión del amor y de la fe, viva en tinieblas, no comprenda su estar en el mundo y se contemple incompleto, varado, zarandeado por las duras tormentas del espíritu. Quien ande siempre alerta, extasiado no ya en el hallazgo, sino en la búsqueda, en el supremo bien de la incertidumbre. No saber, no tener, no conocer, podría decirse, y disfrutar de toda esa dulce inconsistencia del alma. Yo, descreído en todas esas sutilezas celestiales, ahí ando, en la perplejidad, en la serenidad de quien no se obceca en casi nada. En lo demás, en el amor, ufano, en esa plenitud que algunas veces, por intensa, por persistente en el tiempo, todavía asombra. No creo, como Pombo, que sean asuntos imposibles el amor y la fe. Son, en todo caso, meritorios en estos tiempos de fiebre, de vértigo, de zozobra, de inquietud.
9.6.13
La dulce inconsistencia del alma
Álvaro Pombo sostiene que el amor, como Dios, son tareas imposibles. A lo que recurre para armar esa idea fascinante es a la misma esencia de lo humano, que es un eterno aspirar a lo sublime, a cuanto no precisa añadido porque está expresado con absoluta eficacia, sin fractura, entera y perdurablemente. Dios, como el amor, es la empresa a la que no se accede de forma voluntaria. Uno no se enamora por voluntad ni cae en el trance de la experiencia divina a capricho de su genio. No conozco a nadie que haya sido capaz de provocar esa injerencia mágica. Y hay quien se despide de este mundo sin haber conocido ni lo uno ni lo otro. Quien no encuentra a su media naranja ni a su dios verdadero y fatiga los días con sus noches sin que ese vacío lo merme. También habrá quien, en la posesión del amor y de la fe, viva en tinieblas, no comprenda su estar en el mundo y se contemple incompleto, varado, zarandeado por las duras tormentas del espíritu. Quien ande siempre alerta, extasiado no ya en el hallazgo, sino en la búsqueda, en el supremo bien de la incertidumbre. No saber, no tener, no conocer, podría decirse, y disfrutar de toda esa dulce inconsistencia del alma. Yo, descreído en todas esas sutilezas celestiales, ahí ando, en la perplejidad, en la serenidad de quien no se obceca en casi nada. En lo demás, en el amor, ufano, en esa plenitud que algunas veces, por intensa, por persistente en el tiempo, todavía asombra. No creo, como Pombo, que sean asuntos imposibles el amor y la fe. Son, en todo caso, meritorios en estos tiempos de fiebre, de vértigo, de zozobra, de inquietud.
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1 comentario:
El imposible, para Pombo, es más un inalcanzable, un "no es poseible" más que un "no es posible". El amor, como la idea de Dios, como la felicidad, son una especie de pompa de jabón. Está ahí, la podemos ver, nos maravillamos y jugamos con ella, pero no podemso tocarla o desaparecerá, se destruirá. En su carácter efímero, imposible, reside su valor y su substancia.
Eso es Pombo, tanto en la angustia del atardecer que hace pedir a Lucas que el Señor se quede con ellos como en el héroe desmitificado que tiembla en la ciudad. Sus reflexiones, a veces, pueden ser discutibles, pero no se le puede negar la profundidad que las hace, por sí propias, valiosas.
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