19.12.11

There's a lady who's sure all that glitters is gold...



Es posible que la música alojada en nuestro ipod ( o lo que sea que tengamos) nos defina mejor que lo que hablamos o lo que hacemos o diga de uno mismo ni que lo que uno mismo diría. En todo caso la de Steve Jobs, aireada estos días a propósito de la biografía aparecida tras su muerte, no explica nada de eso por más que algunos pretendan encontrar claves escondidas, rutas que seguir para encontrar al genio y descifrar su mapa del tesoro. Llevaba montones de álbumes de Dylan y de los Beatles. En eso nos parecemos. Hoy mismo acabo de cargar Let it be, Abbey Road y un recopilatorio casero de Dylan. Manejo un generoso disco duro que casi nunca apuro. Prefiero descargar apetencias, caprichos, voluntos que provienen las más de las veces del estado de ánimo que me ocupe o de cómo se presente el día. Hay algunos grises, de una grisura antológica, en los que me siento incapaz de escuchar a David Byrne o a Kraftwerk. No se produce la empatía idílica entre lo escuchado y quien lo escucha. Parece como si el tiempo brumoso exigiera una banda sonora cómplice. Como si la lluvia pidiese a gritos un Leonard Cohen. Como si el sol despampanante, en un paseo marítimo, en el feliz verano, reclamase sin pudor una sesión del pop más lúbrico de los ochenta o el jazz de síncopa más elevada. Para todo tengo apósito músical.  Incluso hoy, que es un día de una normalidad insultante, de esas normalidades que apenas inducen a pensar que nada relevante pueda pasar, es elegido con primor las piezas del cacharro. Esta mañana, de camino al trabajo, he escuchado unas cuantas canciones del volumen IV de Led Zeppelin. Le di al stop y me desacoplé los pequeños auriculares (Sennheiser, permitidme la publicidad sin contraprestaciones) cuando empezaba Stairway to heaven. Ah pecado de los pecados, ah crimen sonoro de un lunes prenavideño. Al salir continué por donde lo dejé y reproduje desde el deslumbrante y pianísimo arranque la magistral pieza que cerraba la cara uno del vinilo primigenio. There's a lady who's sure all that glitters is gold, cantaba con meliflua voz el gran Robert Plant. Mi plan de trabajo melómano no explica quién soy. En todo caso muestra indicios, tan fiables como perecederos, de lo que siento en el momento en que se hace la pesquisa en el disco duro investigado.

No soy capaz de salir a la calle (es un decir eso de no ser capaz, pero se acerca bastante a la realidad) sin mi ipod, el clásico, el negro de 30 gigas. Lo mimo como el objeto preciado que es y por la felicidad que durante los años que llevamos juntos me ha reportado. Ahí dentro, en su fría arquitectura, cobijé las variaciones Goldberg (con Gould ensimismado y sin él), la integral de Keith Jarrett en la primordial Blue Note, los álbumes noveles de Van Morrison (hoy alguien me habló de la belleza de Moondance) o el violín travieso y lírico de Stephane Grappelli en el Tivoli Gardens de Copenhague. De una forma secreta y casi obsesiva a veces he recorrido las ciudades armado de músicas y las he vivido de forma sustancialmente diferentes. He recorrido la Judería de Córdoba con Michel Petrucciani y las calles que circunvalan Lucena con los cuentos de los océanos topográficos de Yes. He estado por la Gran Vía con Janis Joplin en la cabeza y el paseo marítimo de Fuengirola, cuyo ajetreo de vida y de historias adoro, con Selling England by the pound de Genesis cuando eran Genesis. Todo eso lo recuerdo nítidamente, pero hay otros viajes a los que ahora no sé ponerles fondo. K. sostiene que me pierdo los ruidos de la ciudad, y probablemente sea verdad que existe esa pérdida, pero uno busca la ficción dentro de lo real y la música me provee de emociones que complementan soberbiamente las que se me ofrecen sin pedirlas. Así vamos los dos, mi ipod y yo, en alegre comandita. No sé qué haría sin él. Seguro que me buscaría uno nuevo. Hasta sé qué escucharía primero. Tiene su importancia empezar bien una relación.

2 comentarios:

... dijo...

K. sostiene siempre cosas razonables y es cosa de que le vayas haciendo caso, amigo Emilio.
En todo lo demás, en lo que no entra K., darte la razón, aunque sea una vez.
No tengo yo cacharrillo de esos que tú usas, ya sabes, pero te entiendo y no es tarde para que me agencie uno.
¿son caros o una economía como la mía puede permitirse el exceso?
Mi primera escucha sería... a ver, a ver... Tangerine Dream... Ya está.

Rosa García Cuadros dijo...

Siempre escucho noticias, últimamente muchos podcast de temas de ciencia o de economía. Vulgar todo, en efecto. La música soy incapaz de escucharla en unos cascos. Es imposible que me concentre. Necesito un volumen alto para escuchar con claridad los intrumentos y las voces, y eso no me lo permite los cascos. Los músicos que nombras son también los míos. Me encantan, en particular, Van Morrison y Led Zeppelin.
Un saludo.

Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...