13.3.11

Tengo un tsunami en la cabeza

Hay vidas que están asociadas al cine más que a casi ninguna otra cosa. La mía es una cultura más cinematografica que libresca. He visto infinidad de películas y he leído muchos libros. El cine golea a la literatura y conforme me voy haciendo mayor (esto es una cosa tangible y escasamente relevante) advierto que la diferencia entre lo que dedico a una actividad y a otra irá a más. Leo con fruición, pero hay noches en las que prefiero dejarme caer en el butacón y evadirme de la realidad dos horas con John Ford, con Álex de la Iglesia (anoche vi Balada triste de trompeta) o con Claude Chabrol. Tengo tantas películas atrasadas, tanto cine por ver, que debería recluírme en una habitación oscura un par de años y salir robustecido de historias, de enseñanzas vitales, de esa moral firme y fiable que el cine provee a quien se lo toma absolutamente en serio. Soy como soy, en parte, gracias a las miles de películas que he visto. No hay día en que algo que suceda a mi alrededor no tenga su relato paralelo en el cine. Dicho de otro modo, la realidad se alimenta de cine. Anoche volví a ver, fascinado, enternecido, anestesiado por todo ese cine catastrofista al que uno propende de vez en cuando, el tsunami devorando Japón, la lengua de agua invadiendo las casas, las carreteras. Y sentí el pálpito de que aquello lo había visto antes. Justo hace un par de semanas, cuando entré en la sala grande y Clint Eastwood me contó (me lo contó al oído y al ojo también) que los efectos especiales pueden subordinarse militarmente al guión y contribuír con eficacia al desarrollo de la trama. 
Veo menos cine que nunca y leo menos libros que nunca. Escribo más que nunca. Pienso más que nunca. Estoy en ese limbo impreciso (todos los limbos lo son por ser imprecisos y por ser frágiles y por no tener reglas que los expliquen ni gobierno que los administre) en el que pierdo miserablemente el tiempo pensando en qué hacer en lugar de ser más expeditivo y acometer algo y hacerlo con presteza. Me agobia la sensación de que el tiempo se acabe. No me va a importar morir, irme, retirar mi presencia de los otros, perderme en el limbo fijo de la nada. Qué importa perder el infinito futuro si ya te perdiste el infinito pasado, escribieron los griegos. Importa no seguir oyendo historias. No ver las cercanas, las de los hijos que crecen, las de los padres que menguan, las que forjas alrededor del amor hacia tu pareja o del amor hacia el universo. Yo amo el universo. De pronto esta mañana de domingo me ha traído la dolorosa cercanía del tiempo. La imposibilidad de conocerlo todo y de disfrutarlo a capricho. Estoy abrumado. Necesito un desintoxicación cultural. Tal vez retirar esta página. No tener que rendirme cuentas de lo que hago (y por extensión hacer de esa rendición un episodio público de exhibición a los demás) y registrarlo todo en un sitio tan hueco como éste. 

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8 comentarios:

El Doctor dijo...

Le entiendo perfectamente,mi querido amigo.La cultura de estar al día de todo.
La esencia de todo mal no reside más que en la ignorancia moral. Antes habían más analfabetos; ahora hay más analfabetos funcionales.
Cuando la intransigencia cultural de cualquier manifestación de cultura se hace tan histéricamente programativa, me asalta la sospecha de que la intransigencia en cuestión es como una especie de compensación a la fragilidad, a la gran escasez de hechos verdaderamente vitales. Hoy la cultura demuestra que la estupidez es la hermana gemela de la razón. Nuestra cultura está mostrando signos inequívocos de la proximidad de su fin sin tregua, se ve obligada a reinventar noticias, modas o nuevas variantes, porque nada de lo que se extrae de sí es perdurable, fecundo o sanante, y, por otro lado, no hay nada tan ambiguo como una tradición heredada del pasado, porque en ella se trazan valores y aberraciones, cortesía y violencia, fidelidad al recuerdo de los padres y obediencia a las infamias que estos perpetraron y dejaron en herencia. Tardaremos mucho tiempo en aprender que la cultura no es sino fantasía fosilizada.
La cultura no es un problema de velocidad ni de eficacia. Una cultura no termina de hacerse ni de tenerse nunca. ¿Qué es eso de tener una cultura? Una cultura no se tiene; se hace y se deshace cada día. Hay tantos mares como culturas. La cultura es el rayo que no cesa. Hoy la cultura ha sido completamente sustituida por la preparación. Lo que quiere la gente, hoy, es estar preparada,pero ¿para qué? Preparada para ganar 2000 euros al mes. Pero una cultura casi nadie sabe lo que es.

Fíjese que ahora estoy leyendo a Dickens con toda lentitud.
Un abrazo.

El Doctor dijo...

Por cierto ¿ha recibido mi email?No sé si le ha llegado.

Miguel Cobo dijo...

Tu tsunami y la replica de Francisco Machuca han hecho temblar los frágiles cimientos de mi ignorancia, hasta los límites de la conmoción ( en el sentido léxico más próximo del verbo conmover): 9 en la escala Richter. Tengo que empezar a reconstruir mis principios después de su devastador efecto Coriolis. Para colmo, acababa de llegar aquí deslumbrado por la lucidez de una entrevista a José Luis Sampedro en el canal 24 horas. La conclusión, como dicen en mi pueblo, es que más bonico está uno callado, que viene a ser lo mismo que tus palabras finales. Y las del señor Machuca.

Gracias a los dos, eso sí.

BoquerónVitoriano dijo...

Querido Emilio, Silvia y yo decimos que no retires esta página. No tienes que rendir cuentas de lo que haces, lo haces porque quieres, así ha sido hasta ahora, creo, y público es tu blog desde que lo llevas haciendo. Siempre has dicho que es una necesidad, así que de hueco no tiene nada. Besos

Ramón Besonías dijo...

A veces la experiencia ajena de desolación, desgracia o muerte hace que, pese a la distancia cultural o lo artificial de enterarse por un medio televisivo, incomode nuestra conciencia y nos descubra de pronto contingentes, frágiles, agarrados al fino hilo del tiempo que corre rápido sin poder retenerlo. Los existencialistas adjetivaban esas experiencias como "fundantes", una especie de kitkat fugaz pero certero que se adhiere con insolencia en nuestra alma (o como se llame ese hueco inefable al que no podemos sobornar).

No te preocupes, Emilio, pronto pasa el efecto y volvemos al trajín diario, ajenos a nuestra finitud, creyéndonos de nuevo inmortales y libres.

Buena semana, amigo.

Ana dijo...

Ya te guardarías de cerrar este "espejo".
Hay quien lo lee a diario.
Te debes, Emilio, a tus vicios y....a tus lectores.

Bañolas dijo...

A mí me pasa a veces eso que usted dice, pero no me hago caso.
Dejo pasar el mal rato. Será que los años, ya tengo una edad, me han hecho invulnerable al masoquismo. No me permito ni un solo mal rato. Si no tengo tiempo para hacer todo lo que necesito y eso va a agobiarme, pues me bajo la dieta calórica de "cultura"
Qué buen comentario de Machuca.
Hágale caso.
En el fondo, no mucho. Los dos pensáis parejo.
Parecéis almas gemelas.
Saludito.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Hay post que uno cree que están por encima de otros. No por lo bien o por lo mal escritos que estén sino por la adherencia emocional, por lo que sacan de quienes leen. He disfrutado con los comentarios, Francisco, Ramón, Miguel, Segura (ay amigo, qué bien que escribas), Ana, y hasta Bañolas, nuevo en este rinconcito, creo.
No era sino un arrebato de domingo, imagino. Escribiré porque pocas cosas me gustan más.
Era un desahogo, también.
Era todo eso.

De botones y brocas

  Me agrada hurgar en las palabras, darles vuelo, apretujarlas, descomponerlas, abrazarlas, intimar con ellas y luego intimar otra vez hasta...