12.1.10

Teniente corrupto: Pastillas, justicia y vértigo



Paul Schraeder, Martin Scorsese y Abel Ferrara formaron una especie de trío místico a los que le sonrió la suerte de manera dispar. En común tenían a un Harvey Keitel plenipotenciario, fetiche sublime de esa suerte de tormento místico que los tres traducían a imágenes. En menor medida, más en sintonía con el mainstream de Hollywood, Scorsese; alucinado, tenebrista, perdido en alguna insondable costura del alma, Ferrara. Por esa afinidad con los territorios limítrofes, por ese desorden teológico, la autoría de Ferrara se eleva por encima de la de Herzog a la hora de abordar, en claves distintas, la biografía (parcial, puntual, concisa) de un teniente corrupto que fatiga las calles en busca de redención.
La versión de 1.992, la original, sobre la que Herzog monta la suya, es una obra maestra de la provocación, un discurso implacable sobre el dolor moral que lacera la existencia de un policía violento, yonki, pervertido y un punto sádico, que se transfigura en un ángel libertino, concomido por la culpa, razonablemente preocupado por los pecados a los que abisma la salvación de su espíritu. Eso lo daba Harvey Keitel a satisfacción de viciosos de personajes en la cuerda floja. Daba, sin el histrionismo de Nicolas Cage, la medida exacta del tormento. Imagino que gente como Christopher Walken o Willem Defoe podrían haber acometido una lectura tan salvaje de un puñado de líneas escritas en un libreto.
Werner Herzog es un compañero de fatigas de Ferrara. Desconozco si se conocen o mantienen alguna especie de correspondencia, pero caso de que se diese, en el hipotético y forzado episodio de una amistad a pie de vicios compartidos, serían cartas duras, viscerales, comprometidas con la raíz más profunda del mal que asola al hombre y lo separa del paraíso, de algún tipo de paraíso fácilmente encontrable en esta bendita y jodida tierra. Respeto a ese Herzog sin ánimo de agradar que no se rebaja a denunciar los desmanes del mundo sino que se limita, espléndidamente, a depositar en nuestras retinas un brochazo de realidad, justo la realidad que nuestro confort no nos deja ver. Vivimos en una sociedad almohadillada, algodonada, revestida de un cálido paño de invierno agradable en los campos de la luz y de la siembra, pero hay mundos oscuros, poblados por antihéroes; mundos a los que se ha despojado de la bondad y que inspiran comportamientos perturbados en quienes los recorren.
El teniente blasfemo de las dos cintas, el religioso Keitel y el pirado Cage, difieren tal vez en la textura de sus preocupaciones. Mientras que Keitel es un filósofo analfabeto, Cage es un libertino con corazón. La monja violada de Ferrara es en Herzog una familia de camellos, pero en ambos casos lo que se narra es una venganza en toda regla, una del tipo que excluye los mecanismos racionales de la justicia. El teniente Keitel pide a su monja que no perdone a sus violadores y es precisamente el perdón que la hermana les da lo que hace que su mundo se tambalee y su cruzada contra el mal quede en suspenso, en un gris poco definible. El teniente Cage no opera con los mismos utensilios: se basta con urdir una interesada complicidad con el mal para después, a renglón seguido de haber satisfecho sus apetitos tóxicos, desenmascarar su juego, atrapar al malo y escalafonar, a golpe de mentira, en el propio cuerpo de policía. Nada de esto hay en Ferrara, que es más carnal, menos interesado en guardar ciertas apariencias sociales: Ferrara codicia cierto tipo de escándalo controlado.
Teniente Corrupto, versión siglo XXI, en el fondo, es un thriller acelerado, un ejercicio muy sólido de cine de autor vestido de cine de masas. Herzog recompone el salmo del que parte la premisa de partida y construye, a sabiendas de la osadía, consciente en todo momento de que el modelo a recomponer es una pieza de colección cinéfila, un film despreocupado en el que, puestos a ser audaces, se atreve a incluir un paranoia de iguana que, sin abortar la continuidad del relato, arruina la seriedad de la propuesta.
Teniente corrupto, vía Herzog, abre, frente a su predecesora, un relato siniestro, convulso, cuyo desenlace es feliz o, a la manera en que la felicidad nunca es completa, parcialmente feliz. Se quiere conciliar el dramatismo con el humor negro, evitar lo trascendental, crear un producto digno, menos ambicioso que el original, pero autónomo, transgresor también, de magisterio menor y también menor capacidad de fascinación.

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3 comentarios:

Juan dijo...

He visto precisamente las dos seguidas. Sabiendo que ponian en cine la nueva, he buscado en casa la antigua, y no hay color. Ferrara es un maestro y Werner Herzog sólo se digna a copiarle. No hay motivo para un remake como este porque la antigua era ya una obra maestra. Cage aparte me cae gordo y sólo se dedica a arrastrarse, SÍ, por las escenas. Es un payaso en horas bajas. Siento discrepar pero es lo que opino. Saludos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Yo también procedí así. Primero la de Ferrara y luego al cine. Me gustaron las dos. De distinta manera. Cage me cansa a veces. Aquí tiene el papel idóneo. Sobreactúa a trozos, por exigencias del guión. No me pilló mal el cuerpo para aceptarlo. Otras veces, tantas, harta. Siento discrepar también. No hay problema. Saludos, Juan.

Anónimo dijo...

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