En esta vigencia del caos, abismados en una crisis económica que forma parte ya del mobiliario emocional, se oyen cosas a las que les prestamos poca atención o ninguna. Noticias en cuya letra pequeña subyace el origen mismo del mal que nos aflige pero que, a título de frivolidad, tomamos a chacota, a jacarandosa tertulia de barra de bar bien arrimados a una cerveza. En España, desde antaño, tenemos esa facilidad para no caer en el tedio, en la miseria, en todo ese orden de cosas de triste nombre que en otros lugares, educados en otros preceptos, levantan revoluciones y ponen al pueblo en la calle, amotinados frente a la desidia de quienes lo gobiernan, emplazados a abortar desde las tribunas que buenamente pillan las tropelías de su conciudadanos. Lo malo es que esas tropelías, esos garabatos de pueblo civilizado que progresa en paz y aspira a lo mejor y a lo más noble, a veces son jaleadas desde el poder. El argumentario es sencillo: a renglón seguido de la conquista de las libertades más elementales, de los derechos más razonables, se traen de rondón otros, pillados con pinzas, obsequiados a modo de guirnalda democrática.
Lo último, en Sevilla, en su Universidad: han elevado el copieteo en exámenes a la categoría de derecho constitucional. Legalizan el crimen, el apaño canalla del estudiante que, huérfano de esfuerzo, ignorante en trabajo, se afilia al engaño y da lo que le piden bajo la fórmula del truco. Eso de copiar no es asunto nuevo. Lo que es nuevo, es decir, moderno, progresista, es mimar al delincuente, dicho esto de delincuente con todos los miramientos jurídicos.
La excelencia, la capacidad de sacrificio, el rigor, el amor propio, todas esas cosas que se dan por sentado en quien aspira a conocer una disciplina y a ejercerla en su oficio, se abandonan aquí a su suerte. Magra y triste suerte, por otra parte. Este favorecer al tramposo da una idea de cómo va la sociedad nuestra, de cómo al amor de la ley, de su exquisito y a veces nefasto cumplimiento, se van saltando a la torera elementales normas de sentido común, buen juicio y cordura moral.
Pillar in fraganti al alumno que se copia no acarrea el privilegio de la presunción de inocencia: copiar es un acto ilegal, la evidencia de una falta que debe ser sancionada en prevención de que el infractor crea que la vida es así de sencilla. La vida puede ser muchas cosas, pero desgraciadamente guarda reveses, fatalidades, momentos ingratos, vías por la que se escapa la felicidad que le exigimos en el contrato que, al nacer, involuntariamene, firmamos.
Lo vergonzoso es la impunidad de delito. Incluso su poco disimulado fomento. Estamos en un país sorprendente, que aspira a integrarse en un mundo en continuo progreso. Asuntos de este zafio calibre alertan sobre el verdadero espíritu de estos tiempos de zozobra: vence el tramposo, gana el que engaña, triunfa el más vivo. El que pierde, el que no es respetado, es el que cumple: país de espabilados, pueblo ladino. Y encima, he aquí el horror, auspiciados por la autoridad.
Esta normativa sobre calificación y evaluación no menoscaba derechos. El Consejo Escolar de la Universidad Hispalense, en esta atrocidad académica, incurre en algunos errores. El más grave es el que alienta el delito al dar al que lo ejecuta vías de redención que, en modo alguno, hacen peligrar su nota, el producto de su copieteo.
España es un país de pícaros: lo escribieron nuestros antiguos en un alegre y jovial castellano de los siglos dorados de nuestras letras. España es un país extraño, añado yo. Se ven cosas inauditas, se da cobijo al mal y hasta se patrocina su uso. Habrá quien, a la vista de este desatino universitario, razone que los medios abiertamente contrarios a su efecto exageren, den alas a esa moda de atacar sin disimulo al Gobierno, a ZP, a sus ministros. No tiene nada que ver con eso. Podía haber pasado con un gabinete socialista o con uno del otro bando. Se trata de hacer bandera de la cordura, de exponer (aunque sea tímidamente, en este blog que pocos leen) las razones del desencanto que algunos tenemos con el desorden imperante. Yo, que vivo de esto de poner exámenes y de corregirlos, no estoy dispuesto a entrar en esa inercia.
Pillar in fraganti al alumno que se copia no acarrea el privilegio de la presunción de inocencia: copiar es un acto ilegal, la evidencia de una falta que debe ser sancionada en prevención de que el infractor crea que la vida es así de sencilla. La vida puede ser muchas cosas, pero desgraciadamente guarda reveses, fatalidades, momentos ingratos, vías por la que se escapa la felicidad que le exigimos en el contrato que, al nacer, involuntariamene, firmamos.
Lo vergonzoso es la impunidad de delito. Incluso su poco disimulado fomento. Estamos en un país sorprendente, que aspira a integrarse en un mundo en continuo progreso. Asuntos de este zafio calibre alertan sobre el verdadero espíritu de estos tiempos de zozobra: vence el tramposo, gana el que engaña, triunfa el más vivo. El que pierde, el que no es respetado, es el que cumple: país de espabilados, pueblo ladino. Y encima, he aquí el horror, auspiciados por la autoridad.
Esta normativa sobre calificación y evaluación no menoscaba derechos. El Consejo Escolar de la Universidad Hispalense, en esta atrocidad académica, incurre en algunos errores. El más grave es el que alienta el delito al dar al que lo ejecuta vías de redención que, en modo alguno, hacen peligrar su nota, el producto de su copieteo.
España es un país de pícaros: lo escribieron nuestros antiguos en un alegre y jovial castellano de los siglos dorados de nuestras letras. España es un país extraño, añado yo. Se ven cosas inauditas, se da cobijo al mal y hasta se patrocina su uso. Habrá quien, a la vista de este desatino universitario, razone que los medios abiertamente contrarios a su efecto exageren, den alas a esa moda de atacar sin disimulo al Gobierno, a ZP, a sus ministros. No tiene nada que ver con eso. Podía haber pasado con un gabinete socialista o con uno del otro bando. Se trata de hacer bandera de la cordura, de exponer (aunque sea tímidamente, en este blog que pocos leen) las razones del desencanto que algunos tenemos con el desorden imperante. Yo, que vivo de esto de poner exámenes y de corregirlos, no estoy dispuesto a entrar en esa inercia.
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3 comentarios:
No tenemos remedio, Emilio, y asi nos van las cosas, como dices bien. Las cosas que están pasanden España no son culpa de zAPATERO, pero colabora en lo que puedo, en lo que yo opino. No tiene mano dura con estos excesos de los que hablas. ¿Cómo es posible restringir, cortar, matar, el esfuerzo? Cuando yo estudiaba, copiaba todo Dios, pero nada de pasar la mano. No soy mayor y no hace tanto que aprqué los libros, pero recuerdo la dureza del que pillaban copiando, y lo recuerdo hasta con agrado. Gusta que la autoridad ejerza de autoridad, en todo caso por ver que el que cumple sale beneficiado, no sé si me explico. De todas maneras me ha gustado muchísimo tu escrito. Un placer. Joaquín
Parece sacado de un absurdo colosal. La involución del hombre es mayor cuanto más progresamos. No hay solución. Estamos destinados a nuestra propia destrucción.
Y esto, es un claro ejemplo de ello.
Un abrazo, compañero.
No creo que sólo ZP. Somos todos. La sociedad. El vértigo. Esta inercia en lo fácil que es todo y lo fácil que se consigue. Lo de la autoridad perdida es un síntoma de un desastre absoluto, necesariamente malo como siga así. Gracias, Joaquín.
Absurdo. Absurdo y verídico. Lo absurdo, al ser verídico, se convierte en trágico. Nos destruímos. Y tan felices. Un abrazo, amigo.
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