I
Cae a plomo la desgracia y entierra en escombros la luz infinita y el tiempo infinito; cae el gris, el negro: caen como un peso imposible sobre la naturaleza más frágil de las cosas, sobre los coches antiguos y las iglesias quemadas; cae un tormento bíblico sobre el país de los colores; cae el dolor inverso, la causa oscura del fondo de la tierra; cae el cielo desde abajo y un ángel declina en latín el verbo de Dios mientras los pobres de las avenidas, los apestados de todos los gremios, escarban en el suelo en busca de sus iguales en la ancestral ceremonia de las lágrimas; cae tristeza; caen nombres sin herencia en el polvo y en la ceniza; cae el amor mismo: se derraman las sílabas del paisaje que el amor inventa para justificar su travesía, se muerden los hijos en las aceras incendiadas, comen pena y así van, en la pena, muriéndose sin ruido.
II
Están los muertos de Haití como un himno izado en mitad del caos. Los registran las cámaras y los venden en prime-time: asistimos con asombro, sin ser conscientes del todo de ser parte del público convocado, al espectáculo tristísimo de la devastación. A lo mejor la palabra tristeza no expresa la hondura del dolor que hemos visto. A lo mejor estamos hechos a ver estos desastres y lo único que cambie es el atrezzo, el color de la piel de los cadáveres, el reportero desplazado por las cadenas de televisión para dar cuenta del desastre. Puede que pase todo eso. Son días tristes. Siempre que muere alguien sin que haya una causa natural se levanta un muro de tristeza. Este muro es alto. Triste.
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Cae a plomo la desgracia y entierra en escombros la luz infinita y el tiempo infinito; cae el gris, el negro: caen como un peso imposible sobre la naturaleza más frágil de las cosas, sobre los coches antiguos y las iglesias quemadas; cae un tormento bíblico sobre el país de los colores; cae el dolor inverso, la causa oscura del fondo de la tierra; cae el cielo desde abajo y un ángel declina en latín el verbo de Dios mientras los pobres de las avenidas, los apestados de todos los gremios, escarban en el suelo en busca de sus iguales en la ancestral ceremonia de las lágrimas; cae tristeza; caen nombres sin herencia en el polvo y en la ceniza; cae el amor mismo: se derraman las sílabas del paisaje que el amor inventa para justificar su travesía, se muerden los hijos en las aceras incendiadas, comen pena y así van, en la pena, muriéndose sin ruido.
II
Están los muertos de Haití como un himno izado en mitad del caos. Los registran las cámaras y los venden en prime-time: asistimos con asombro, sin ser conscientes del todo de ser parte del público convocado, al espectáculo tristísimo de la devastación. A lo mejor la palabra tristeza no expresa la hondura del dolor que hemos visto. A lo mejor estamos hechos a ver estos desastres y lo único que cambie es el atrezzo, el color de la piel de los cadáveres, el reportero desplazado por las cadenas de televisión para dar cuenta del desastre. Puede que pase todo eso. Son días tristes. Siempre que muere alguien sin que haya una causa natural se levanta un muro de tristeza. Este muro es alto. Triste.
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3 comentarios:
Hace un par de años saltaba la noticia de que un político americano había puesto en los tribunales una demanda contra Dios por permitir desastres naturales que generaban sufrimientos humanos.
Yo, a veces, tampoco comprendo a Dios.
Y siempre cebándose en los más déviles.
Gracias Emilio, por escribir tan hermoso a pesar de la tristeza del desastre ¿natural?
Los políticos, más si son americanos, están hechos de un material extraño. Cuando se les acaba el mandato, el oficio del cargo, vuelven al material tradicional y se desdicen de las historias que les oímos sobre lo que convenía que dijesen cuando estaban ahí, en el poder. Una demanda contra Dios está en lo razonable. A lo mejor hasta gana. El sufrimiento humano no es cosa de Dios ni del diablo. Entiendo que no podemos justificar el dolor en una cosa tan eterea como la existencia de Dios. El solo hecho de plantearnos su existencia, amigo Pedro, implica el hecho de que existe. Existe dentro de la duda. Es Dios porque pensamos en él. No puede ser de otra manera. Es un Dios Semántico, de alguna forma. Echarla la culpa de lo que pasa, de lo bueno que nos pasa y de lo terrible que nos pasa, es de críos, de descerebrados, de fanáticos. Nada es por Dios ni nada es por culpa suya. O lo es todo de un modo continuo y casi intangible por nuestras limitadas mentes de hombres. Lo que sí es cierto es ese cebamiento en los débiles. No sé si el texto era hermoso o triste. Era triste, creo. Me dolió escribirlo. Un abrazo.
Coincido con Pedro en la hermosura del texto. Quién comprende a Dios? Yo por lo menos hace años que no lo intento. Creo y a veces, asi que esto de Haiti no es cosa de Dios o de no Dios. Es una desgracia nada más y nada menos. A los pobres siempre les toca la peor parte. Saludos a los dos. Jaime Ortiz
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