Siendo un fanático de muchas cosas, no lo soy de los Beatles. O lo soy a ratos y siempre sin señalarme en exceso. Eso de que todo el mundo piense en ti y piense, de pronto, en los Beatles estaría bien. Mejor que, por ejemplo, despertar en los demás el recuerdo de Paulo Coelho o de Jiménez Losantos. K. sostiene que somos esas pequeñas cosas: la rendición pública de una manera de pensar que se forja por la filiación a los mitos. Mis buenos amigos de siempre encuentran en mí hilos de Borges, trozos fragmentados de sus cuentos, versos de sus poemas. Todavía, treinta años después, pienso en mi amigo Chacón (nos llamábamos así, con el apellido, funcional y protocolariamente) y se me llena la cabeza de pósters de Bruce Lee. Si pienso en Raúl no puede evitar pensar en Frank Zappa. María me lleva a Benedetti. Antonio a Stephen King. Crees que entras en el alma de un amigo y estás entrando en la alfombra roja en Cannes o en la Real Academia de las Letras. Oyes a Charlie Parker y se te viene a la cabeza a Carlos, entusiasmado a pie de barra, contándote qué bendición es amar el jazz y saber que ese júbilo lo vamos a enterrar con nosotros.
Yo aún no he descubierto la razón por la que nadie me asocia con los Beatles. Bien pudieran. Entré en la música por ellos y sigo enganchado a ella, en buena parte, por ese ingreso formidable y por lo que todavía encuentro en las doscientos y poco canciones que inventaron. De hecho empecé a rondar la idea de dedicarme al inglés, como oficio, mareando la letra de Get Back o de Day Tripper. Así que esto de que ahora las compañías de la pasta aireen de nuevo el repertorio de los de Liverpool me parece fantástico. Importa escasamente que hayan remasterizado los originales y el sonido sea soberbio. Lo era incluso cuando podías apreciar la precariedad de los sistemas de grabación de entonces. Un tipo de excelencia que prescinde de la audiofilia y busca el corazón, la alegría sencilla de ser feliz durante tres minutos.
Eso es lo que Lennon, McCartney, Harrison y Starr impregnaron en el córtex sentimental de varias generaciones. Y ahora, en digital o como quieran llamarlo, ganará nuevos parroquianos, gente sensible que acepta el trance y lo disfruta como algo fundamental en sus vidas.
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4 comentarios:
Son los más grandes. Son los mejores. Me han dado mucha felicidad por muchos años y a mis hijos les enseño a que aprecien Yellow submarine o Ob-la-di Ob-la-da. Ya cuando sean más grandes les meto más caña, cosas más importantes. Pero Yellow submarine es un pedazo de canción. Sé que a ellos les gustaba poco. Qué le vamos a hacer. Besitos. Ana
En el colegio, una compañera y yo sellamos con sangre que nos mantendríamos fieles a ellos y nunca nos "pasaríamos" a los Rollings. Nos pinchamos los dedos con un alfiler y juntamos nuestras sangres. Jajaja.
Después los he oído poco pero creo que voy a hacerme con esa nueva edición de sus canciones, no sé si por mantenerme fiel o porque leyéndote he sentido cierta nostalgia de mis mejores años.
Besazos.
Felicidad entendida, compaprtida, Ana. Hay canciones de los Beatles fantásticas. A lo mejor ninguna está entre mis 10 favoritas. Pero el conjunto, esas doscientas y pico gemas...
Bonita historia, Isabel, muy bonita. Luego los años herrumbran todos esos encantamientos de adolescencia, qué le vamos a hacer. Y uno/una no vuelve a escuchar como antaño a The Beatles o a Serrat o no vuelve a leer como antaño a Cortázar o a Bécquer. Sí, todos hemos leído a Bécquer, claro.
Compra la caja. Cara, pero merece la pena. Besos...
Nunca me canso de las cosas buenas. La vida da pocas así que hay que aprovechar estas. Los beatles son una de las grandes cosas buenas que nos ha dado la vida. Asi de claro.
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