Tuve anoche el fogonazo intelectual que me abría de par en par las puertas del entendimiento absoluto. Iluminado como iba, razonaba los motivos del lobo y los del cordero; veía a la derecha rancia y la que, siéndolo en el fondo, esquiva el tópico y se adjudica el equilibrio, la sensatez o la piedra filosofal del temple; veía la tozuda pedagogía de la izquierda, temeraria en sus mecanismos de compensación social, conjurada a quemar las naves en plena travesía con tal de llegar a puerto y desembarcar, en igualdad de desembarco, a la tripulación; tenía en mi cabeza todas las palabras, y además diré que las palabras exactas, sin que faltara ni sobrara ninguna, que justificaban el aborto y tenía, a la diestra, nunca mejor dicho, las otras, las también maravillosamente exactas que justificaban su condena. Luego salí de copas con unos amigos y decidí contarles el milagro. A pie de barra, bebiendo decibelios y gin-tonics, perdidos en ese utero perfecto que es un pub en el que no cabe un alma, contentos de humo y de etanoles, propuse que nos recogiéramos temprano, descansáramos y así estuviéramos como Dios manda (Dios anda siempre en todas las resacas) para asistir mañana (por hoy) a la Manifestación provida de los que consideran que se la está atacando con estas leyes del Gobierno. Iluminado como iba, convencí a todos de que era inexcusable la asistencia, pancarta izada, conmovidos por la nobleza del propósito, en fin, ustedes ya saben. Recuerdo que salimos del pub dulcificados, puros, íntegros, conjurados a exhibir nuestra conversión a la moral que habíamos abandonado para ser unos desnortados, insensibles al dolor, parias de la ética, delincuentes emocionales, compinchados con quienes matan y encima lo rubrican al amparo de una ley.
La ingesta masiva de gin-tonics aliñados con una pizca de house o de trance (no sabe uno ya bien a esas horas del desquicio qué le están metiendo en el cerebro) me animó a desmontar el tinglado pastoral. Iluminado como iba, no resultó excesivamente difícil. Propuse que volviéramos al pub. A fin de cuentas, qué íbamos a hacer nosotros en la puerta de Alcalá mañana (por hoy). Ya están allí todos los ejércitos de la moral. ¿Y qué hacen? Pues abrir brecha entre la ciudadanía y desestimar toda opción ética que no se ajuste a la suya o apelar a la conciencia cristiana para no asesinar criaturas inocentes. Si tanto protegen la vida, les dije, si se oponen así al aborto, ¿por qué no divulgar en los colegios los usos de una profilaxis? Iluminado como iba, hurgué en la herida abierta. ¿Qué vida defiende la Iglesia cuando no fomenta el uso de preservativos y hasta el Papa Santo de Roma hace declaraciones que lo declaran inútil? ¿Todos los muertos que han oído y creído ese discurso y no usaron condón también estarán mañana en la plaza de Alcalá, queridos amigos? Muertos africanos y muertos iletrados, muertos universales que oyen la pedagogía católica y obedecen sin chistar. Y caen como moscas. Esos no estarán. La Iglesia, ya concluía, no defiende la vida: no toda la vida, al menos. Se obceca en legitimir un tipo de vida que se ajusta a la que siempre espera otra, en el cielo, a la conclusión fatal de ésta. En el negocio de las almas, todo importa. Con tal de que no decaiga la doctrina y los fieles adoctrinen a los suyos y así se perpetúe el mantra ético. Y aquí abortamos todos. Aquí todos flotamos. Además lo de mañana es un apaño para echar a Zapatero de la Moncloa. Todo está diseñado para eso. Para borrar del mapa al ateo de ZP y poner al mando de la plaza a los de siempre. Los que no incomodan en demasía. Los que se santifican al paso de los palios. No vamos, decidido. ¿De acuerdo?
Pero como el camino a casa era largo y no teníamos un puñetero euro para coger un taxi, las palabras fueron perdiéndose en el aire, confundiéndose con las palabras de las conversaciones cercanas. Nos despedimos donde siempre. Abrazos. Mañana nos vemos. Qué bonita que es la vida. Y hoy hemos pasado del tema. Ni por estar a favor ni por estar en contra. Simplemente no prestándole atención. Ya digo: ni por justificar la ausencia y dar argumentos a quien no quiere oírlos ni por razonar la asistencia y dar argumentos a quien no quiere oírlos. Huérfano de iluminación, levemente aturdido por los licores, he pensado que es mejor el silencio. Aunque siempre otorga el que calla.
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4 comentarios:
Leído un par de veces tu muy bien escrito texto, tengo algo que decirte. No todos los manifestantes de hoy en Madrid son gente "de iglesia". Es más, habrá gente que hasta no crea en lo que cree la Iglesia, y ahí andan, defendiendo lo que creen justo. Yo estoy a favor de la vida, aunque reconozco que la Iglesia la torpedea de vez en cuando con sus comentarios medievalistas. El Papa no ayuda. Ellos sabrán cómo solucionarlo. Fernando Molina Escuín
En mi caso, las palabras siempre terminan por abandonarme. No sé si la razón también lo hace o si alguna vez buscó refugio en mi sombra. Sobre el aborto no tengo más que decir que me parece una abominación intitucionalizada y victimizada. Interrumpir una futura vida no es más terrible para nadie que para la futura madre. Es ella la que sufre y sufrirá para siempre, más que los "defensores de la vida" los efectos de su decisión.
Ya dijo el tío Clint que la botella de bourbon nunca debía dejarse demasiado lejos. A veces hace falta.
A mí me parece muy bien que cada cual defienda lo que quiera y crea, pero que ni unos ni otros nos impongan su fe religiosa o laica. Yo defiendo el aborto porque sé que cuando una mujer decide hacerlo no es por placer sino por necesidad y en la mayoría de los casos es tan responsable de que tenga que llegar a esa decisión ella como él, que parece siempre y para los de siempre que lo del aborto es una cuestión de mujeres malvadas, promíscuas e irresponsables. Yo no sé si un feto tiene alma o no porque siquiera sé si la tengo yo. En todo caso, me parece perfecto que haya una ley que conciba el aborto como un derecho y no como un delito. Que lo ejerza quien quiera, que a nadie se le obliga a abortar y que las huestes de la iglesia dejen de condenar a la enfermedad y a la muerte a tantos y tantos a los que van a evangelizar simplemente para prepararlos para morir. Y las otras huestes, las de la derecha más arcaica de toda Europa, dejen de manipular al personal y abandonen la hipocresía más burda y vergonzosa que he visto en mi vida.
Las mujeres que abortan no victimizan su decisión, simplemente se vuelven a sentir libres y no conozco a ninguna (y conozco a muchas) que sufra por haber tenido que tomar esa decisión. Cuando verdaderamente sufren es cuando su pareja o su polvo de un día miran para otro lado como si la cosa no fuera con ellos. Ahí sí que se sienten solas y humilladas.
Reconozco que soy muy beligerante sobre esta cuestión, pero sé de lo que hablo.
Un besazo.
Soy completamente favorable al aborto, Isabel. Lo de abominación intitucionalizada y victimizada no pretende ser un ataque a las mujeres que han dado el paso. Lanzo un guante a los políticos que los intitucionalizan por un lado y lo victimizan por el otro, pretendiendo quedar bien con sus parroquias. En cuanto a lo doloroso de esa decisión y su influencia en ellas y (a veces, que no siempre) ellos, no me cabe ninguna duda de que si alguien sufre no es el cura que lanza proclamas los domingos desde su púlpito, sino las personas que dan tan terrible paso.
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