27.5.09

Viejos amigos, citas de Chesterton y alas de mariposa

Pascual, mi amigo Pascual, se sabía de memoria montones de citas. Hablo de esas citas que salían en las páginas centrales del Muy Interesante. A fuerza de acumularlas, de soltarlas vengan o no a cuento, convencido de estar deslumbrándonos y a veces hasta conseguía hacernos parpadear de puro asombro, Pascual pasó de ser el amigo bobo de los sábados, el que no abría el pico por temor a partírselo, a convertirse en el amigo inspirado, en el amigo imprescindible, el que fascinaba por su erudición y por su vasto dominio de las relaciones sociales. Todo lo que está muy visto ya no se asombra. Esa cita no la dijo él, pero yo se la pongo a un poema de Vicente Aleixandre. Lo que sí sucedió en aquellos años, no crean, un par de buenos veranos en Córdoba, es que Pascual agotó al personal. Terminamos aborreciendo a Isaac Asimov. Nos daba ganas de vomitar oír hablar de Cátulo y le teníamos especial inquina a Chesterton, que es un literato gordo, a decir de Pascual, que no paró de escribir cosas sublimes. Llegamos a pensar que la egregia nómina de plumas de la alta literatura podían haberse dedicado a otra cosa si esa renuncia o ese olvido hubiese contribuído, aunque fuese mínimamente, a rebajar sus ínfulas de crack de la cultura.
Pascual, por extenderse quizá, por llegar más allá incluso, abandonó de la noche a la mañana al amigo Chesterton: dejó de iluminar nuestra ignorancia tan súbitamente que hasta creímos que debíamos rogarle (sin excesivo pelotilleo) que no cejase en el empeño. Esas cosas pasan: es la rutina. Uno se acostumbra al ruido como puede llegar a sentirse cómodo chupando candados. Pasó (digo) de Chesterton al director de fotografía de Blade Runner. Cambió letras por fotogramas. Y tan feliz. No tituteaba al rebuscar en su google interno al guionista de Mogambo o la canción que cantaba Doris Day en aquella película de Hitchcock a la que ahora no sé yo encontrarle título. Como ninguna de esas meritorias conquistas del intelecto le hacían ganar encanto entre las féminas de la pandilla, regresó Pascual al Pascual de siempre y ahí, en la bobería de antaño, en el gris muchacho de pelo lacio caído sobre los ojos como una maldición, se quedó plantado hasta que los paseos de a diez pasaron a ser paseos de dos. La muerte natural de toda pandilla empieza cuando el disc jockey de las fiestas pone los lentos y Peaches and Herb tocan Reunited. And it feels so good... Así de mezquina y de ruín es la red de los afectos. Así cambiamos las partidas de cartas y los limpios sentimientos insobornables por los arrumacos en la fila siete y por los besos largos como un gintonic bien servido.
Hace poco vi a Pascual. Han pasado sus buenos veinte años. Y ya sabemos que veinte años no es nada, pero el peso del mundo se mide en días y en noches y Pascual, a fuerza de vivir o de no vivir absolutamente nada, sigue igual que entonces. Tiene algunas canas, cómo no. Se ha dejado una patética perilla que le hace parecer uno de esos bajista grunge. No dudo que se los conoce a todos. De Pearl Jam a Nirvana pasando por mis más afínes Soundgarden. Crecimos Pascual y yo juntos o se puede decir que mientras nos conocimos y tratamos el cuerpo y el alma fueron creciendo hasta hoy. Compartimos muchas cosas y probablemente sea ese cuerpo sólido y fácilmente rescatable de cosas compartidas lo que hizo que charláramos quince minutos, a pie de calle, sin la voluntad de franquear la puerta del bar que teníamos a la espalda y celebrar el reencuentro, veinte años no es nada, con un café. Es curioso cómo no se acaban de olvidar las cosas más irrelevantes, las que menos se dejan contaminar por el olvido. No he olvidado su memoria prodigiosa, pero no crean, en ese rato de cháchara urbana, entre cláxons y amenaza de una lluvia que no acabó de cuajar, Pascual no hizo exhibición alguna de sus más gloriosos recursos. No me dijo quién produjo My blueberry nights, aunque yo sabía en todo momento que bastaba un momento mío de distracción, una bajada de defensas, para que el Pascual perfecto, el alma de las reuniones, el google andante, el genio del Trivial Pursuit, me machacara con la pronunciación exacta del nombre de marras. Y además, el muy cabronazo, tenía un inglés buenísimo. Sí, yo me casé, le dije. Tengo dos hijos. No recuerdo cómo terció el tono o el interés de la conversación, pero no me confesó nada de su vida sentimental. Para mí que todavía vive con su madre y tiene aquel viejo radicassette Sanyo en su dormitorio, en la mesita de noche. Le encantaba Pumares. Como a todos.
Pascual, a su manera, era un tipo excepcional, un inadaptado o un fracasado que agota algunos ases en la manga. Como un tahúr sin encanto. Lo que ahora recuerdo con absoluta nitidez es cómo se le abrían los ojos cuando declamaba versos de Lorca o la forma en que pronunciaba el nombre de aquel dramaturgo ruso cuyo nombre también he condenado al olvido. Qué le vamos a hacer. Sin Kierkeegard ni Olivia de Havilland, Pascual es un pobre hombre. Hay muchos en el mundo a los que les robas un par de ases en esa manga y se vienen abajo. Y por lo menos tienen ases y tienen manga en donde guardarlos: otros no exhiben ni una cosa ni otra y van arrastradamente hacia su ocaso, casándose, teniendo hijos, llevándolos al colegio, pagando la hipoteca y viajando a Torremolinos en Agosto para pillar un kilos y contar luego lo formidable que es la vida, pero no brillan en nada y no tenemos nada especialmente destacable por lo que rescatarlos del limbo de los amigos perdidos. Ojalá no me lo encuentre más. Me aturde: me deja fuera de juego. Temo en todo instante que me abrume con datos. Y eso que detrás de él, en una hipotética lista de ganadores del Trivial, siempre quedaba yo. Por el cine, no crean. En lo tocante a las disciplinas científicas nunca pasé de la mediocridad. Y hasta caí, en ocasiones, en el ridículo. Por no saber, no sé ni cuántas alas tiene un lepidóptero. Y qué coño es un lepidóptero, Pascual.

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6 comentarios:

Isabel Huete dijo...

A según qué amigos hay que conservarlos intactos en el recuerdo y olvidar los reencuentros tras un largo periodo de tiempo como si no hubiesen existido. Es la mejor manera de conservarlos.
Tu amigo Pascual parece un ser muy especial.
Un besazo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Conservado está, en formol casi. Lo tengo para no perder quién soy y todo eso, de dónde vengo, etc...
Era especial Pascual, sí, seguirá hasta que se muera. Todos, en cierto modo, somos especiales. Besos para ti.

Anónimo dijo...

Pascual imagino que te aprecia. Yo no soy Pascual pero igual no me hacia gracia estos comentarios. Se nota que tienes buenos amigosque te lo pedonan todo. A pasar un buen jueves. Rafa

Anónimo dijo...

Le viene pintado el título, Emilio. La peli de Doris Daym, la de Hichcock, era "El hombre que sabía demasiado". Es decir, !!!!! Tu amigo Pascual¡¡¡¡¡¡¡¡ Rafa

Anónimo dijo...

No creo que fuese un amigo por lo que cuentas. Un conocido, a lo mejor. Yo tengo buenos conocidos, conocidos y a lo mejor un par de buenos amigos y mucho es eso. El tal Pascual es digno de un cuento. ¿O es un cuento? Saludos, profe.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Amigos de muchas categorías; conocidos, Rafa. Pascual, uno de ellos. Dudo, mucho, que lea esto; también, al conocerlo, que se moleste; la verdad es la contada, adornada, pero ésa...
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