I
Abrigo la convicción de que el ser humano es, por naturaleza, bueno. Contra mi optimismo, batalla la Historia: se me enfrenta, me coloca delante episodios que combaten con fiereza esa confianza alegremente depositada. Creo firmemente que el hombre, así en abstracto, no es desleal ni tampoco rencoroso. No es violento salvo que las circunstancias le empujen. Y habida cuenta de las circunstancias en las que rema, sobre las que camina y en las que abruptamente le abandonaron, tal vez la violencia sea un signo distintivo de lo humano igual que lo es la superstición o el fervor religioso. Creo en el hombre porque es una forma sencilla de creer en mí mismo. Eso de creer es un asunto que siempre se me escapó. Nunca creí en exceso en nada salvo en las cosas irrelevantes. En ésas, paradójicamente, creo con arrebatadora pasión y defiendo mi derecho a perderme en ellas con la misma honestidad moral con la que otras se afilian al cristianismo o a cualquier otra convocatoria de fe. Sin desamparo, prendido a todos los vicios que catapultan mi ocio al infinito y más allá, trabajo sin descanso en la escritura.
II
Decía hoy Maruja Torres en una entrevista que leí en un periódico de provincias (el de la mía) que no entendía a quien vivía sin escribir. En realidad, descontextualizada, la frase parecería una especie de boutade de quien lo hace con desparpajo y ejerce el periodismo con brío, liberada de esclavitudes, de formalismos, de mesuras pacatas y de confianzas eternas. Ese exabrupto, esa salida del guión que a más de uno le parecerá eso, un capricho de la pequeña diosa de su columna en que se ha convertido Maruja Torres, lo subscribo. Un poeta y bloguero y artista siempre en ebullición, Luis Felipe Comendador, sostenía no hace mucho en su diario cibernaútico que se imponía la obligación de escribir para no perder algún norte, escribir como quien toca las teclas de un piano para hacer dedos y ver, sin entre todo ese barullo de notas que sobrevuelan y se pierden, sin sentido, caótica y servilmente, sale algún hallazgo, un milagro de la belleza que irrumpe por la obstinacion del trabajo y el arrullo de la inspiración. Algo parecido pasa con la escritura. Así que creo en el género humano y en la bendita ilusión de que algo formidable y hermoso y limpio late bajo la costra de la realidad. Porque la realidad exhibe, en ocasiones, costra, óxido terco que oculta la belleza de abajo. La hay: hay que escarbar, encontrarla, querer verla entre la turbamulta infame de distracciones que nos la apartan, que la escoran o (llanamente) la eliminan. Escribo (entonces) obstinadamente. Escribo sin reservas, disfrutando de la posibilidad de contar o de contarme qué sucede ahí afuera.
6 comentarios:
Sabias palabras, amigo Emilio.
La clave está en romper las cuerdas, Emilio. En contar lo que te ocurre o lo que bulle dentro de ti. Lo de menos es que te lean miles de personas. No se si veías "Lou Grant", aquella serie sobre periodistas. En los créditos, al final, el papel del periódico terminaba colocado en el fondo de una jaula de canarios. Y es que lo importante es llegar a alguien que considere que guardar esa hoja de periódico sirve de algo.
Cuídeseme.
Gracias, Refo. Escribe, casi siempre, el corazón.
Álex: rotas las cuerdas. Uno cuenta lo que conoce, pero a veces ni uno se acaba de conocer del todo. No, corrijo: nunca se consigue ese conocimiento exacto. Conocemos (más) lo cercano. No vi Lou Grant. Sí, ya tengo un amigo que me lo ha recriminado siempre mucho. Lo puedo solucionar.
Pocos lectores, buenos, relativamente fieles: ésa es la máxima.
Ay, y que nunca se te acabe ese deseo o esa necesidad para que podamos seguir leyéndote y aprendiendo de lo que dices y de cómo lo dices.
Para mí eres un delicioso lujo.
Besazos.
Uno se azora, se siente pequeñito, y ya está. Gracias a ti por entrar, Isabel, por leer. Besos.
Isabel Huete tiene mucha rázón y yo suscribe lo que dice. Es un lujo que nosotros tenemos el poder leer tus cosas y compartirlas. Por ello creo en esta red.
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