Nunca creí en el deber de obediencia. Ni siquiera cuando obedecer significaba aceptar la autoridad de quien ostentaba un rango social mayor o un escalafón en la jerarquía de mayor fuste y criterio. Tampoco cuando alguna secreta ley que yo no había subscrito dictaba que debía negarme como persona y aceptar el grado de soldado. La prestación militar con la que pagué mi ingreso en la categoría de ciudadanos a salvo de raptos gubernamentales me produjo zozobra, quebranto e ira suficiente como para saber que ninguna obediencia se justifica sin que los argumentos hayan sido debatidos a conciencia, de igual a igual entre quien ordena y quien los cumple. Quise revelarme, pero la razón (la educación, el miedo a lo mejor) me censuró lo suficiente como para no tener razones con que rebatir la osadía. No siendo nunca osado en exceso, he cometido a lo sumo pequeñas imprudencias destinadas a elevar la moral de quien no comete jamás imprudencias relevantes. No siendo mujer, no teniendo en mi configuración genética ese paquete de cromosomas y de rasgos físicos, no tengo que mirar al Papa Santo de Roma y considerar que está invadiendo (de alguna forma) un territorio íntimo, una especie de reducto en el que valerme ante la sociedad y ante el que mostrarme como ciudadano o como persona digna y merecedora del más alto de los respetos sólo por el hecho de ser persona. No entiendo entonces que en este siglo XXI también problemático y febril como decía la canción la mujer (de la que se celebró hace bien poco un innecesario pero obligado Día) se oigan voces de gente aparentemente trascendente, influyente como quien acaba de soltar (vale el verbo) eso de que "las mujeres sepan obedecer" y "darse al prójimo".
No sé exactamente qué es más grave: si pedir obediencia (acatamiento, plegamiento, silencio) o exigir esa generosidad hacia el prójimo: ambas peticiones rayan lo indecente. Ese machismo doctrinal concede (sin demasiado retorcimiento intelectual) argumentos a la disidencia católica para seguir siendo disidente o serlo (en todo caso) más agriamente, con la acritud de quien sabe que no pierde absolutamente nada perteneciendo a un gremio de ciudadanos que tiene por representate a un ideólogo que exhibe tan rancias y carpetovetónicas posturas, que predica la sumisión de quien lleva ya demasiado tiempo batallando por aniquilarla. Mujeres que sepan obedecer a los pastores, ha dicho. Falta ahora encontrar una definición consensuada de qué es un pastor y qué función social tiene. Discreción, pues. Discreción y mantemiento de un discurso tan extraordinariamente delictivo que hasta me parece extraño que los medios de comunicación no hayan recogido con mayor vigor y énfasis divulgativo el exabrupto papal. Uno de tantos. Quizá (justo cuando se celebra el inefable Día de las Mujeres) el más insidiosamente dañino. Por maquiavélico. Por sangrante. Eso de la igualdad de género, sea lo que sea, llegue a donde tenga que llegar, no es cosa del espíritu: es cosa de los sindicatos, de los hippies, de estos socialistas de manga ancha y cerebro insulso... Y así va todo.
El Obsservatore Romano, el órgano oficial de prensa del Vaticano, expone que la lavadora ha hecho más por la mujer que la misma píldora anticonceptiva. Pon el detergente, cierra la tapa y relájate: ése es el mensaje ametrallado al mundo de las féminas. Sé fértil, añado yo. Complace a tu marido. No le prives del carnal placer que glorifica el mandato divino de la multiplicación de la especie. Déjate llevar. No pienses. Haz como el buen soldado. De eso se trata. Al cabo, nada que me reste un solo átomo de incredulidad.
3 comentarios:
Me produce ya cansancio estas salidas de tono de los jefes de la Iglesia a la que ya no se puede mirar con respeto. Pienso en antes, cuando la iglesia estaba contaminada por la política franquista, pero ¿y ahora? Están todavía en la edad media, no, más atrás, en la edad de piedra. Merecen el olvido. El perdón cristiano, tal vez. Juan Galot
Nunca se me dio bien eso de la obediencia, Emilio. Durante mi servicio militar me costó tres arrestos, de hecho. No entiendo que las cosas sean así por cojones sin un proceso que lo justifique de por medio. Tal vez por esa razón la iglesia me produce urticaria: porque exigen fe ciega y no admiten dudas ni preguntas. Hace un mes estuve una misa (en honor de una persona a la que adoro). El cura que la oficiaba se despachó a gusto con las teorías darwinistas durante unos minutos. Y recordé que el Vaticano admitió que esas teorías son seguramente ciertas y me di cuenta de que la guerra la tienen dentro.
Ellos se lo coman solos, Juan. No tenemos que entrar en lo que hacen, aunque en el fondo todos estos exabruptos son movimientos previstos, jugadas con intención de futuro. EStán en la edad media, sí, pero piensa en términos de ciencia-ficción y nos involucran a todos y los comentarios salidos de todos los tonos que barruntan los jefes del tinglado están emitidos para conseguir el efecto que desean conseguir. Este.
Mi servicio militar merece un blog entero. El de todos. "Dices tú de mili...". Lo de las misas es otro asunto. Recé (en una época, claro) y renuncié por tedio: no sabía a qué venía ese recitado. Luego entendí que no venía a nada. En el descubrimiento aprendes cómo funciona la religión y cómo sus prebostes y sus esculpidores de moral se ganan la voluntad de quienes piden el cielo en la tierra, ignorando la tierra y no teniendo luego (es así) cielo alguno. El Vaticano es una fábrica de slogans. Una buena.
Publicar un comentario