Las malas noticias tienen la fea costumbre de llegar antes que las buenas. Es como la teoría de Murphy contada por un físico cuántico: se mide la velocidad de las palabras y la distancia que separa el emisor y el receptor. Saussure conchabado con Einstein bajo el patrocinio de Coca-Cola. El último anuncio de la bebida refrescante es un prodigio de sensibilidad hueca: un anciano que ha burlado muchas veces a la muerte y un recién nacido que acaba de firmar su acta de vida en el mismo encuadre. Como la película de David Fincher vapuleada en los Oscars pero resumida en un par de minutos a beneficio de caja. Luego vamos al súper o nos sentamos en nuestro restaurante favorito y pedimos Coca-Cola: así funciona el mundo: en esas briznas de sensibilidad dirigida se levanta el mapa del corazón humano.
Ayer, a ratos, vi por televisión (Canal Sur) la izada de la bandera andaluza en el noble y solemne acto conmemorativo del día de mi comunidad y no he podido pensar en un patio de colegio (uno cualquiera, el mío, por ejemplo) y a un disciplinado y entusiasta ejército de alumnos que recitan la letra del himno y agitan banderitas. Andalucía, a efectos puramente plásticos, es ese momento anual en el que esos alumnos (y alumnas, no crean) se sienten andaluces durante tres minutos o, al menos, verbalizan y escenifican lo que sus mayores les ha contado sobre la tierra en la que viven, las penurias que ha pasado, las miserias que todavía padece y el resplandeciente futuro que le aguarda. El futuro es siempre una estación propicia para los milagros. Coca-Cola rehúsa la responsabilidad técnica de que el futuro sea un solar desvencijado, escombrado de tristeza, pero no descarto que en ese futuro ya relatado la multinacional de las burbujitas negras colabore en todos estos magnos actos de reafirmación patria con tal de que en algún momento del discurso el orador de turno cuele la imagen de la botella al modo en que los futbolistas la ofrecen cuando dan esas ruedas de prensa reventonas de logos con las que alimentan la maquinaria infinita del negocio.
La cosa de las patrias trasciende en ocasiones el estricto amparo territorial y se constituye en una argamasa moral fácilmente confundible con hojas de tebeo leídas en la niñez, justo cuando uno descubre el mundo y lo transforma a capricho de los héroes y de las consignas que va pillando de aquí y de allí hasta que se quedan en el tuétano mismo de la memoria y de ahí ya no hay quien las saque. Los nacionalismos nacen así: en la tierna infancia. Crecen después de a golpe de barricada contra los estropicios de los que afuera van esquilmando la tierra y deshilachando los flecos teóricos de la bandera.
El Roto nos mostró hace tiempo en una de sus gloriosas viñetas en El País que todas las banderas se fabrican en Hong Kong: no hay entonces que preocuparse. Las banderas jamás claudican: ni los himnos. Se van creciendo conforme los tiempos los aureolan de misticismo y de épica forjada a caballo entre las batallas y los pactos entre los intelectuales y los caciques de turno. Tal vez no pueda ser que McDonalds patrocine ningún acto de éstos tan pomposos y bien coreografiados. No está el patio para meter en danza marcas y logos, intereses espureos y la bastarda anuencia del capital como única forma de crecimiento humano. El rico patrimonio cultural precisa de mecenas competentes. Lo que antes tutelaba la Iglesia ahora lo regenta y superivisa un conglomerado de empresas con sede en Boston y pequeñas unidades de gestión en cada gran ciudad del mundo. El Arte es una mixtura muy delicada que está compuesta por elementos creativos y nobles y por sofisticados estudios de mercado que avalan o abortan el trayecto público del material sensible, sea una película o sea un disco o sea un exposición pictórica.
Por eso el ritual de la izada de la bandera en el patio monumental de un palacio sevillano ayer por la mañana me resultó un ejercicio necesario y también hueco al que hay que mirar con todo el respeto que cada uno sepa sacar de dentro, pero a sabiendas de que las banderas se fabrican en Hong Kong y que la Historia, incluso la más noble y la más lírica, es un argumento de contrarios que se resuelve siempre por el azar o por la tesorería de los ejércitos en liza. La propia letra del himno andaluz saca a relucir siglos de guerra y no tengo yo muy claro que hayan sido, en efecto, siglos de fraticida batalla entre hermanos. Aquí vinieron muchos pueblos y todos depositaron con más o menos empeño o mimo su huella, un legado´de palabras y de ladrillos, un crisol (lo que me gusta a mí esa palabra) de culturas y de modos de enteder la vida que se han ido ensamblando hasta producir la estampa de mil niños en un patio de colegio (el mío, el jueves pasado) alegremente hermanados en un sentimiento compartido, impuesto, que se acaba por comprender (como la fe) con el tiempo, pero que a esas tiernas edades no reviste mayor importancia. Lo verán como una fiesta cromática, melódica, un romper la rutina que los adultos han inventado y que ellos reproducen con el desparpajo de lo lúdico. Da igual qué sea: lo que importan es que exista y les abastezca de una cosa abstracta (Andalucía, España, qué más da) que irán perfeccionando con los años. Algunos la vivirán con entusiasmo. Otros hemos aprendido a aceptarla con respeto. Entre todos (ojalá) tal vez consigamos que las letras de los himnos no sean soflamas épicas, cánticos espirituales de batalla. Y sobre todo que no ninguno de estos legítimos arrebatos sentimentales sea patrocinado por Coca-Cola. La sombra de Obama (por tomar la parte y alcanzar el todo) es alargada y triunfa sin que apenas notemos la victoria.
4 comentarios:
Me siento identificado con lo que escribes. No soy andaluz, aunque vivo en esta tierra y aquí pasa como en todos lados, que confundimos las cosas y creemos que todos somos parte de algo y eso puede ser algo que nos une, no sé. Las patrias son un invento de unos pocos que no sé yo que beneficio tienen si esque tienen alguno. Y no me vengan con el cuento de los conflcitos y las guerras y todo eso. Me ha gustado mucho el escrito, en serio. Lo comparto completamente. Enhroabuena
Creo que ya escribí aquí una vez que soy la antítesis de lo patriotero, sea patria grande o chica. No creo que debamos ser parte de nada concreto, ni siquiera abstracto. Hay que sentirse partícipe del mundo y para ello no hay más que viajar y escuchar a los otros aunque no se les entienda, y comer sus platos, y visitar sus templos, y vivir en sus casas, y contemplar su arte y sus paisajes... Lo particular, o lo local, me parecen una catetada, una triste limitación.
Besazos, amigo.
Hay un trayecto pequeño entre ser patriota y no serlo: viajar. Somos partes de algo, Luis Alberto, pero una parte que no precisa de ritos para sentirse más adentro del todo.
Isabel, no se pueden elegir mejor las palabras. Comer en sus platos, entrar en sus templos. Tristes limitaciones todo lo demás. Besos muy grandes...
Hay un trayecto pequeño entre ser patriota y no serlo: viajar. Somos partes de algo, Luis Alberto, pero una parte que no precisa de ritos para sentirse más adentro del todo.
Isabel, no se pueden elegir mejor las palabras. Comer en sus platos, entrar en sus templos. Tristes limitaciones todo lo demás. Besos muy grandes...
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