K. ha decidido no ir al cine nunca más. Le han echado a patadas el dolby surrround proyectado a volumen brutal, la falta de tacto al regular el botonaje del aire acondicionado del operario de turno, mal pagado en casi todos los casos, el público tosco y cafre que comenta todo lo que ve, se le oye masticar y sorber coca cola con fruición e incluso esa manía de encender luces justo en el the end, quedándose sin saber quién es el director de fotografía o quién firma la canción de los títulos de crédito. En casa, argumenta K., nadie contamina ese acto amoroso e íntimo hasta el desamayo que supone decidir ver una película, buscar un hueco en el trajín del día y, finalmente, verla. K. es un cinéfilo matrimoniado con la tradición y ha gastado lo suyo en las salas de cine, pero el hartazgo le ha hecho tomar esa decisión trascendente. Se ha comprado un home cinema tremebundo, una pantalla de no sé cuántas pulgadas escandalosa y un reproductor de blu ray que quita el hipo al más exigente de los usuarios. Alquila sus vicios, echa las persianas del salón, se acomoda en su sillón de orejas con un puff cómplice al servicio del relax total, se sirve una generosa bebida larga, que dicen los ingleses, y hasta desconecta el teléfono y el móvil no vaya a ser que una compañía de adsl cargante o un amigo de esos que no nos llaman nunca deciden abortarnos el prodigio recién inaugurado. Ahí está K., el rey del salón, disfrutando como nunca, como antes. Sí, no va a ser posible que vea Watchmen en condiciones óptimas en unos meses y el cine está a tres cuadras de su casa, pero dice que le vale mucho la pena la espera. Lleva tres meses de retraso con respecto al público menos exigente. Hace un rato acaba de bajarse la banda sonora de la película de Snyder, el cómic de Moore y Gibbons y hasta un making off sobre el rodaje. Nada que le impida verla en tres meses en la oscuridad perfecta de su salón de veinte metros cuadrados. Una lástima, me ha dicho hace un rato. Yo le he dicho que esta tarde abono los euros del canje y me veo enterita la historia del Doctor Manhattan. Luego igual, en fin, acabo dándole (como casi siempre) la puñetera razón.
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4 comentarios:
Es una gran tentación esa de desenchufarse del mundanal ruído durante unas horas. Lo comprendo, aunque no lo comparto. Soy de los que piensan que ir al cine enriquece, pese al idiota de turno. Anoche mismo, uno de ellos (de los idiotas) se empeñaba en señalar evidencias para su propio regocijo, que no el de los demás. Aun así, y pese a los abusivos precios, prefiero ocupar mi butaca en la oscuridad. Todo ello admitiendo que la mayor parte de mi cultura cinéfila procede de la televisión. Sin ella no sabría quién es Welles, Ford o Mizoguchi. Hay algo extraordinario en ver cine en compañía y a oscuras, pese, insisto, a los idiotas. Hay una comunión que es difícil de definir. Dile a K. que pruebe en las sesiones de lunes por la noche si le llega el dinero (insisto en que el precio de una entrada es brutal). Para reconciliarse siempre hay tiempo.
Lo ideal es disfrutar de ambas cosas: del cine como espectáculo social y del "home cinema" como placer privado. Uno más. Los precios son abusivos, pero no vamos a desenchufarnos de esa magia, no. Yo también soy de televisión. Quién no. Vi todo Hitchcock por la antigua 2, bendita, bendita, y eso marca una vida completa. Vi a Welles y vi a Ford, claro. También a directores tan ignorados como Fuller o Boetticher, que hacían westerns de fuste, como de serie B pero sin ser B ni A ni X. A K. le cuento, no tardo nada, tu comentario. Abrazos, my friend. Cuídeseme (as usual)
¿Y quién no se aficionó al cine viendo la TV? Eran otros tiempos, la verdad, y la dos ya no es lo que era aunque aún tiene cosilla que se pueden ver. Ahora en Telemadrid, como excepción a la cutrez que destila, todos los domingos ponen pelis de las de siempre y es una gozada volver a verlas.
Yo tengo home cinema pero una pantalla pequeña y no es lo mismo, tampoco creo que con megapantalla...
No sé, a mí me gusta ir al cine, hasta el trámite de hacer cola, y comer palomitas... Creo que sin hacer ruído.
Creo que K. se está haciendo algo misántropo... ¿O ya lo es? :)
Besotes.
Me parece que K. tiene ganas de polémica más que otra cosa, Emilio. De todas maneras, me parece que el cine va a seguir siendo así como cuenta tu amigo. Palomitas y gente sorbiendo la coca cola con más ruido del que estamos dispuestos a soprortar. Inevitable, querido blogger...Saludos, saludos...
Cristobal
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