Hay personajes que se construyen con una pasmosa morosidad. Borges usaba la figura del mapa idéntico al terreno que cartografiaba o recurría a Funés, un individuo con una memoria sencillamente milagrosa, capaz de registrar sucesos imperceptibles, extraordinarios, relevantes y futiles y configurar un inventario no únicamente preciso, ni siquiera meticuloso, sino cabalmente idéntico al inventario primitivo, el que sucede en la realidad y al que la memoria se entrega para dar fe y crédito de su oficio. Cada hebra del traje infinito del tiempo o cada minúsculo dato topográfico del mapa de las cosas se erige como instrumento de la construcción de la épica a la que el lector de Borges se entrega familiriazado ya con todos los vicios del escritor y toda la argamasa simbólica con la que funda su particular cosmogonia.
Dudo mucho que Walter Kowalski lea a Borges o someta su criterio ético al alambique metafísico del narrador argentino, pero algo tienen en común y tal vez el solitario, amargado y muy necesitado de redención mecánico jubilado que protagoniza la última película de Clint Eastwood se parezca (en su textura más íntima, en su alma más sensible) al anciano escritor que se refugia en la filosofía y en la ética y en los libros para elevar la cumbre de los días y morir (quizá) limpio de culpa, despojado de artificios, dulcemente. Tienen en común la autoridad que da la vejez, cierto manejo de los grandes argumentos de la vida como la vida o la muerte o el abandono o la soledad, y es precisamente a esos hondos asuntos a los que Clint Eastwood da más rigor, prescindiendo de cualquier plano o cualquier línea superfluo: aquí todo está concebido para acceder al grandilocuente, formidable, emocional y también épico finiquito de la historia, que es al tiempo el cierre formidable al Eastwood actor, al que nos ha regalado algunos papeles fundamentales en la Historia del Cine reciente y que aquí, a modo de nota testamentaria, regala para disfrute absoluto de incondicionales y regalo imprevisto para quienes sostenían que este hombre enjunto y lacónico, muy a menudo relacionado con personajes profascistas y escasamente recomendables, es en realidad un poeta de la imagen, un constructor de personajes absolutamente profundos.
Ha hecho falta que exista Harry Callahan o William Munny o Frankie Dunn para que Walt Kowalski exista: toda la filmografía de Eastwood está encerrada en estas dos horas de espontanea y romántica confesión. Está el Eastwood incrédulo, el patriota, el violento, el irónico, el lírico, el sacrificado, el dibujado con esmero por tantos guionistas guiados por la sensibilidad de un maestro de la representación, uno que el tiempo pondrá en el sitio que verdaderamente merece, justo a la altura de cualquier otro que el amable lector (en su voraz cinefilia) pueda pensar.
Ha hecho falta que exista Harry Callahan o William Munny o Frankie Dunn para que Walt Kowalski exista: toda la filmografía de Eastwood está encerrada en estas dos horas de espontanea y romántica confesión. Está el Eastwood incrédulo, el patriota, el violento, el irónico, el lírico, el sacrificado, el dibujado con esmero por tantos guionistas guiados por la sensibilidad de un maestro de la representación, uno que el tiempo pondrá en el sitio que verdaderamente merece, justo a la altura de cualquier otro que el amable lector (en su voraz cinefilia) pueda pensar.
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Mientras tanto, al tiempo que voy pedaleando palabras y rescatando emociones para que todo se ajuste al nirvana mental que me produjo Gran Torino, la película se proyecta en mi memoria casi íntegramente y voy repitiendo los gestos, las muecas, los efectos de la senectud en un hombre completamente empapado de vida y que desprende vida en cada toma. Me da lo mismo su precedibilidad: esa certidumbre de que un final apoteósico, de los que te dejan pegado a la butaca, se fragua lenta e inexorablemente; su insobornable patriotismo, rayano en lo bochornoso para quienes no la profesamos por unas u otras circunstancias; su inequívoco aroma a despedida, y ya se sabe que cuando un amigo se va, algo se muere en el alma, y entonces los que amamos a Clint Eastwood casi tanto como a John Ford o a John Huston o a Alfred Hitchcock, contribuyentes (egregios) al tozudo vicio de ver películas de este cronista exigente, cándido (en ocasiones), voluptuoso y, sobre todo, cuando hay que ser mitófago, parroquiano de este culto... La reseña sesuda, la que apura los argumentos y las implicaciones morales y estéticas, ésa que en otras ocasiones sale sin esfuerzo (buena o mala, pero sale con cierta facilidad) no entra ahora y ni tal vez lo haga en ningún futuro cercano o apartado del hoy untado de asombro. Me quedo con el tito Clint arreglando el jardín y adiestrando, en los menesteres de la vida, al chino que se le cuela en el ocaso de la suya y al que ama (a su manera) y por el que nos deja huérfanos de un actor imponente.
5 comentarios:
Hermoso retrato el que le dedicas a Eastwood, Emilio. Más que a su película, diría, si bien, ésta es en realidad una amalgama de su obra comprimida en una historia predecible, como bien dices, pero tan emotiva que casi resulta insoportable el saber que nunca volverás a verle en una pantalla grande.
La película es grande. Puede que no tanto como "Mystic River", "Million Dollar Baby", "Sin Perdón" o "Los Puentes de Madison", pero es la pieza que nos permite encajar al resto.
Decía, no sé si lo sabes, Clint Eastwood ante la pregunta de un periodista francés sobre lo que le motivó a dirigir "El Novato": "A veces necesito divertirme". Tal vez por esa razón, y por la hiperactividad que proporciona la senectud, fue por lo que dirigió "El Intercambio", pasatiempo, sin ánimo de perdurar. Pero "Gran Torino" es otra cosa. Un legado grande para interpretar como merece la enorme figura de su creador.
Vaya, pues a mí me dejó algo fría... No sé si es porque con Eastwood me pasa un poco como con W. Allen (salvando, por supuesto, las distancias): que siempre me parecen los mismos interpretando, aún reconociendo la gran calidad del primero y la enorme intensidad de sus personajes. Quizá sea también lo predecible de la historia que cuenta, por otra parte tierna, humana, contundente, actual, en ocasiones divertida y en otras dramática, pero creo que poco original, salvo, quizá, en su sacrificio final, de gran intensidad. Pero hubiese preferido que me sorprendiera.
No me pierdo ninguna de sus películas porque su calidad es indiscutible pero me gustaría que alguna vez hubiese dejado de interpretarse a sí mismo.
No me llevó al nirvana, como a ti, pero reconozco que a pesar de los "peros", es una buena película aunque, como dice Alex, ha hecho otras bastante mejores, como las que cita.
Besotes.
Es más a Eastwood que a Kowalski, sí. Me dolió la película como duelen las cosas que sabemos que ya no tienen continuidad y las disfrutamos una última vez. Dolor y belleza, pero también alegría (gozo) por disfrutarlo y poder regresar al júbilo sencillo de ese disfrute. Ahora que dirija, y nos haga pagar los religiosos euros de la taquilla. Se los doy, besados.
Gran Torino es otra cosa. Sí. Saludos, abrazos, cuidados múltiples, my friend.
Tiene descuidos, claro, Isabel, pero yo, al menos, se los excuso. Clint es un maestro y a la edad en la que está debe de haber trozos de realidad que no se decodifican como cuando tenía, qué sé yo, sesenta, por ejemplo. De todas maneras, afortunadamente, el libro de estilo de cada uno nunca coincide con el de los demás. Y el tuyo, a lo visto, a lo contado en tus comentarios, en tu página, es altamente recomendable. Sin Eastwood también. Abrazos. Besos, isabel.
Aún a riesgo de merecer incomprensión, diré que no me gustó demasiado esta película. En general, tampoco me atraen los personajes de Eastwod. Y, como dices, en este auto-homenaje que es Gran Torino, queda el tio Clint perfectamente retratado. El tema es qué retrata, que no sino al último reducto yankee que ve como su barrio se llena de inmigrantes y mala gente (la cadena amiga también se prodiga en ello) y tiene que salir, rifle en mano, a defender su propiedad (muy de quinta enmienda). Luego, la película decae, a mi modo de ver.
No pongo en duda su buen hacer en cuanto a dirección o interpretación, casi siempre perfectas y muy de manual; el problema no es otro que las temáticas a las que recurre. Pero oye, desde mediados de los 90 parece que todo lo que toca lo convierte en oro, aunque no diga gran cosa o lo que diga sea tan rancio como convencional. Pero si para gustos, colores, pues para modas no te digo nada... Claro que yo suelo encontrar paralelismos entre quién manda en los USA y los líderes mediáticos de la industria cinéfila, pero ese sería otro tema; o no, eso a gustos...
Saludos!
Nada de incomprensión:lo contrario, en todo caso. Sobre gustos... Sin Perdón es una de mis películas favoritas. DE entre todas. Que es mucho. Además está ya mayor y los ancianos, a veces, decaen, se dejan llevar. Mira Woody Allen.
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