Pocos años he dejado sentarme frente al televisor y ver al completo la ceremonia de la entrega de los Óscars. Es como una película de Woody Allen: entra en lo razonable que sea mala, pero es imposible no sucumbir a la invitación y abonar en taquilla los benditos euros del canje. Porque esto es un canje: los jerifaltes de Hollywood se airean durante tres horas frente al mundo. Dicen: miren todo lo que hemos hecho, admiren nuestro esfuerzo, vean a sus ídolos, déjense engolosinar por el glamour y luego regresen a los cines y abonen el peaje de la belleza. Y nosotros, cofrades de esta hermandad fabulosa, asentimos, abandonamos la reticencia de los fiascos acumulados y hasta hacemos quinielas a ver si es fiable nuestra perspicacia en materia cinematográfica. Cuando nada nos va ni nos viene con que a Penélope, la nuestra, la internacional, le den esta noche el preciado galardón. Nos vamos a acostar igual de felices o igual de pobres o igual de tristes. Ni la felicidad ni la pobreza ni la tristeza se benefician o se perjudican porque a esta actriz un reducido grupo de señores (que habría que ver bajo qué criterios, en qué circunstancias, cercados por qué intereses) deciden que sea Pe y no Viola Adams (que está enorme en La duda) sea la estrella de la noche. Así que dejamos a medio escribir la entrada y la continuamos esta noche. Mañana, a renglón seguido del vendaval mediático...
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2 comentarios:
Te perdiste lo de siempre. Tienes el año que viene, Emilio. Salud, fuerza, honor.
¿Salud, fuerza, honor? Me va sonando. En fin. Tengo todos los años que me den. Ojalá todos los que sean vengan buenos. Saludos, desconocido.
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