Tenebrista, conducida con un extraordinario sentido narrativo, alejada del patrón clásico que exige música de cámara y atosiga al espectador con motivos más propios del culebrón que de la fidelidad o la verosimilitud, Las hermanas Bolena es una pulcra recreación de una época histórica que el cine nos ha mostrado con apasionamiento. Hasta John Ford tuvo la tentación de meter su ojo (uno solo, ya saben) en la vida palatina y hurgó con éxito en la ambición, en la traición y en el honor con su formidable María Estuardo (Katherine Hepburn en la memoria). Hay aquí rigor y convicción narrativa, precisión a veces apresurada: la historia de las hermanas Bolena prefigura la Historia de Inglaterra. Carente de cierta osadía visual, Justin Chadwick se limita a contarnos lo que ya sabemos, aunque se permite conducirnos por senderos novedosos como la fundamental presencia de María, la hermana de Ana. En lo demás, una más que aceptable composición artística, que no está a la altura de un libreto particularmente melindroso, que no se arroja como quisiéramos en las perturbadas vidas de sus personajes y tan sólo extrae renglones subrayados, pistas notorias de lo que alimenta la evolución de lo narrado, pero sin acercarnos con otro pulso más dramático a la clásica liturgia del género. No es esto un encendido ataque a la cinta, más bien al contrario. Las hermanas Bolena es un más que digna película y, salvo algún desajuste lingüístico - los personajes no parecen hablar con la engolosinada pomposidad que les arrogamos siempre - o alguna excesiva celeridad en acudir al previsible final - y se agradece que el cine (como siempre) ilustre nuestra mediocre (en ocasiones) cultura histórica, pero queda la muy secreta impresión (ahora aireada) de que podríamos haber alcanzado un nivel más alto caso de haber mimado más los diálogos (los de María son particularmente parcos, los padres tampoco se exceden, el rey Enrique está muy difuminado y a veces únicamente impone su condición en base a su incontinencia física y no por su dialéctica o por su sentido del oportunismo semántico). Los actores, que hacen lo que les piden y no son músicos de jazz para poder improvisar líneas sobre la partitura dramática, contribuyen a que el tono medio se eleve un peldaño. Ana Torrent, tal vez el único personaje verdaderamente pensado y escrito sin que chirríe su parlamento, borda su breve papel. Inevitablemente los vuelos mentales de este cronista de sus vicios acudieron a la niñez de la actriz. A la mía. Estas cosas tienen el cine. En fin. No distraigan el día con mis reflexiones de sábado. Salgan a la calle. La ambición es muy mala. Y la venganza. Los Tudor parecen, en efecto, monigotes de culebrón, muñecos de las soapbox opera de antaño. Me pregunto por qué me zumba esa idea en la cabeza. O sí lo sé. De todas formas no podemos perdernos ninguna película en la que aparezca nuestra idolatrada niña Johansson. Uno va al cine, paga la entrada, se sienta en la butaca y espera que su belleza irregular, su mirada perdida y su lánguida perfección (aquí afeada a posta) inunden el tedio y alimenten mitologías.
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5 comentarios:
Para mi los Tudor es muy superior, aunque al ser una serie de la HBO se pasan medio metraje follando (es aún más tediosamente insistente que "Roma" en el asunto)
No vi Tudor, aunque te aseguro que hice deseos de verla. Incluso grabé el primer episodio del plus.
Roma no me entró, nada. Igual me equivoco.
La tele me aturde. Suelo buscar cosas en internet y luego me las programo a mi aire.
No es que me aturda la tele, me he explicado mal. Me cansa cómo nos manipulan, cómo nos dejan vacíos, sin opinión, infectados...
Una estupenda reseña de esta película. Como todas las tuyas.
Una estupenda reseña de esta película. Como todas las tuyas.
Una estupenda reseña de esta película. Como todas las tuyas.
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