Confía uno en que el cine de serie B siga siendo cine de serie B y no rebajen los principios metodológicos, la inspiración popular, el aliento de mesa camilla a las cuatro de la tarde cuando la masa encefálica planea vuelos sencillos y no precisa excesos. Pero Bruce Beresford, el amodorrado gestor de este telefilm bienintencionado, prescinde de justificar las razones que sustentan el comportamiento y la psicología de los atribulados personajes y coloca la capa de superhéroe a un vulgar ciudadano, más preocupado de encauzar la vida loca de un hijo tarambana, pero rambonizado (permítaseme la expresión) cuando las circunstancias demandan épica, operaciones de campo y arrojo al más puro estilo Equipo A. Por todo esto, The contract, sin llegar a ser una bazofia, se acerca mucho. La salva, es un decir, Morgan Freeman, que eleva el interés y hace que la hora y media de despropósitos no duela en la memoria o en el bolsillo. La enfanga todo lo demás: el incongruente batiburrillo de piezas del guignol infinito del gran thriller americano, la ejecución rutinaria de actores. Hasta Freeman, que casi nunca defrauda, invita a no prestarle atención. Por todo ello el amable lector puede tranquilamente esperar a que la aquí vapuleada cinta (siempre a juicio de este reseñista doméstico y pueril) salga en DVD. Ahí llega su momento de esplendor mediático: es entonces cuando el usuario se arrebuja en un sillón de orejas, baja las persianas, enchufa el home cinema (no es obligatorio, es oropel semántico) y permite que esta inofensiva trama de héroes de matorral le entretenga una tarde de verano mientras afuera el calor derrita las antenas de los saltamontes. Busque usted más información en otras páginas: esto es una venganza de mi paciencia.
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