12.11.07

Fracture: La sombra del cordero es alargada


Fracture, a diferencia de otros thrillers judiciales o de cintas movidas por el hipotético crimen perfecto, no abusa de clichés: se limita a merodear los patrones del género y solventar toda posible afinidad con la morralla habitual de cintas facturadas sobre idénticos parámetros con un final de impacto menor, más ajustable al melodrama clásico - donde el malo siempre paga, pero sin truculencias ni retorcimientos morales - que al cine negro o a este subgénero ya citado de películas de letrados esforzados y criminales que se las saben todas.
Anthony Hopkins borda el papel de rico aburrido de su vida de rico y cabreado por la infidelidad de su esposa, a la que mata de un seco disparo en la cabeza para después entregarse. Entre el balazo y la rendición el perverso asesino construye un monumental plan para escabullirse de la cárcel y la película narra, entre lo impecable de su factura técnica y lo previsible de sus giros narrativos, el alambique de pesquisas y mcguffins, de guiños a la inteligencia del espectador - no excesivamente forzada, dígamoslo aquí no vaya a ser que alguien crea que esto es un prodigio de noir moderno - y de leves pinceladas de moralina cristiana en la que el criminal no se sale por la suya por el empecinamiento de un abogado curioso, por lo menos. Sucede que cuando el picapleitos yuppie trabaja movido por las ansias del triunfo y de su escalafonamiento y prestigio personal no da pie con bola y sale derrotado inevitablemente. En cambio, cuando se percata del dolor y de las raíces más profundas del mal, se obra el milagro ya que su tozuda inteligencia de abogado sabelotodo se ilumina y va ganando puestos en la carrera hacia el desenmascaramiento del culpable.
El guión, sin ser malo, no funciona siempre y hay bajones de atención importantes, despistes calculados para administrar los (escasos) golpes de efecto de la trama y, por último, innecesarios apuntes de fotonovela barata como el romance de fondo en los despachos del bufete o las tribulaciones del nada aprovechado personaje del policía involuntariamente agregado a la causa penal.
Hopkins es caso aparte: ya no borda sus papeles. Incluso es posible afirmar que ha pasado de esforzarse en el capítulo de poner al día su registro dramático y adaptarse al perfil del personaje al que deba interpretar. Hopkins es Lecter, un Lecter plenipotenciario, un Lecter calcado de un film a otro. Hasta se adivina un esfuerzo de producción por alargar ad nauseam el maquiavélico, astuto y perturbado personaje de Thomas Harris que Sir Anthony creara en la fundamental película de Jonathan Demme. Gregory Hoblit no es un artesano, pero cumple con lo que le piden. Las dos caras de la verdad, anterior trabajo semillado por los mismos intereses, supera esta revisión del crimen perfecto, sin que aquélla precise aquí loa porque tampoco era genial en su género.
Me acuerdo de Tyrone Power, Charles Laughton, Elsa Lanchester, Marlene Dietricht y la mano sublime de Billy Wilder y entonces (inevitablemente) mi corazón se agita y se siente recompensado.

2 comentarios:

Tito Chinchan dijo...

Buenas,

al final no me he enterado si te ha gustado o no!!!

El rato de ligoteo del fiscal se añade como para dar un mayor empaque a la necesidad que abandone el caso, pero como siempre digo, si no salen fornicando, mejor se quita y listo. A mí me gustó bastante la película, sobretodo lo mal que se lo hace pasar el rico al fiscal listillo. Y el final, aunque previsible, me pone los vellos como escarpias.

Iú, es, ei, iú, es, ei (USA, USA).

Besitos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Me gustó, Tito, pero a ratos, por partes, y mira que el género es el mejor posible... Lios de juicios son lios estupendos para estar uno enfrente, en la butaca, pasándolo bien. Saludos, abrazos, todo eso.

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