10.11.07

Cuando llama un extraño: Gótico hi-end




En sentido estricto, Cuando llama un extraño no es una pésima película. No lo es por contener meritorios hallazgos visuales que la elevan sobre la mediocre línea de productos facturados bajo premisas enteramente comerciales, escasamente interesadas en dignificar el género y sometidos al tormento financiero de la taquilla y la promoción entre adolescentes sin masa gris, aunque sobrados en gadgets, hastío y (tal vez) desconsuelo intelectual, pero eso es ya cosecha de este cronista. Su más que escueta premisa argumental se estira insoportablemente hasta un clímax que parece agónico, aunque resulta (mirado sin entusiasmo) naïf, previsible y hasta ejemplarizante.
En un sentido menos estricto, Cuando llama un extraño es un film vacío, interminable y soporíferamente vacío, y eso que dura (oh gracias) menos de hora y media, un ejercicio de terror muy moderno con psycho-killer encabritado por la cándida belleza de una baby-sistter en faena, instalada en una casa de sublime lujo, una especie de caserón gótico diseñado por un arquitecto high-tech. No sé si me explico: psycho-killer, baby-sitter, high-tech. Estamos ante una de esas películas en las que la semántica de sus contenidos, el significante lingüístico del amigo Saussure, dicta el atrezzo y ejecuta la trama.
El corpus narrativo es minimalista: el acoso y derribo de la moral de una niña bien, pija de saldo, deslumbrada por el indiscutible nivel de sofisticación de la casa de sus jefes, que es un prodigio absoluto de arquitectura sin moralidad, como decían OMD en los jubilosos ochenta, casi solventa el trance de decidir si hemos pasado un rato entretenido o nos han tomado vilmente el pelo. Yo me decanto por el olvido. Algunos virtuosismos de encuadre e incluso cierta sensación de que los objetos de la fastuosa casa parezcan cobrar vida y arrogarse la facultad de dar miedo hacen que podamos considerar a Simon West, el director de esta felonía, como un artesano industrial, un artista epiléptico - al ritmo exacto de los tiempos -, de escritura nerviosa y una facilidad pasmosa para enganchar al adolescente goloso de experiencias al borde del chillido politonal. Ahí están las comercialmente irreprochables Con Air y Tomb Raider para dar fe del asunto.
El monumental castillo de naipes construido a beneficio de espectadores de sobresalto facilón cae a medida que el metraje avanza: pasada media hora, la cinta ha terminado, aunque le queden sesenta minutos de puro relleno. El reprise forzado, patético en ocasiones, alargado hasta el retorcimiento, podría haber sido censurado y la cinta entera reconvertida en uno de aquellos entrañables episodios de Alfred Hitchcock presenta que ocuparon la adolescencia de otras generaciones más honestamente tratadas por la maquinaria pesada de la industria del entretenimiento.
La burbuja del miedo revienta sin estrépito: el psicópata inquieta, pero no abruma. ("¿Has ido a ver los niños?"). Nos resta el consuelo de ver una cara bonita (Jill Johnson) haciendo muecas, mohínes y fingimientos faciales y moviendo grácil y voluptuosamente el culo entre electrodomésticos inteligentes. Algo de inteligencia, al menos, tenemos en pantalla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Emilio, acabo de entrar en tu página y está muy pero que muy bien. Mucho de lo que te gusta y muy bien presentado. Volveré. Un abrazo. Juan

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