4.11.25

felicidad negro tres quince

 



 Bellísima  pastora, en un día limpio como el de hoy, un día igual que los demás días, sin evidencias de que algo milagroso suceda, sin la inminencia de algún prodigio que lo fije en la memoria y en los salmos de los hombres, martes, cuatro de septiembre de dos mil quince, sobre las ocho y media de la mañana, surgió de improviso la palabra, no se tiene registro de cuál fue, ni tampoco con las palabras con las que se afincó en la primera frase del mundo, no hay constancia, podría ser vi pétalos por la bóveda del cielo o tienes la espalda arrasada por el viento o la anchurosa línea del mar me llama con voz de crisálida o catorce mujeres de Salt Lake City o de Brindisi escriben en un jardín al alba o pudor vértigo gragea uno o falta mucho para que trébol, pero también sangre hospedada en el limbo o la constancia incómoda de la muerte o ven, hija mía, no temas al lobo o  o felicidad negro tres quince. Las palabras concurren con antojadiza alharaca y no tienen pudor ni memoria. Saben de ti lo que ni tú sospechas, concurren sin que las reclames, expresan lo indecible, pero no das con el timón, estás en el mar sin que nada más exista, salvo el mar, el anchuroso, el hondo como un pozo negro. Eres el pecio fiable de todos los huesos del mundo. Con la tormenta, el mar se ha vaciado de muertos. Están en el fondo inasible, son pasto del frío infinito que no escucha a nadie. A veces no se entiende lo que dicen los muertos. Se expresan con un lenguaje ancestral. Unas palabras se arriman a otras por estrictas razones magnéticas o tan sólo prevalecen las más inverosímiles. Tú persevera en ellas, concédeles el corazón del que todavía no sabes nada, la verdad tan frágil, el dolor sin que te rompa, la luz sin gobierno para que el día te colme. 

No hay comentarios:

Creer

Fotografía /  Inge Schuster De quien nada sabe se puede esperar el milagro de la clarividencia absoluta. El que ve un color puro y cree habe...