22.5.25

Libros leídos, días vividos

 



No sé cuántos libros he leído, nunca tuve la pretensión de anotarlos, no sé qué propósito tendría ese contabilidad. De lo que sí guardo un registro fiable es de las películas que he visto, al menos desde 1992. Podría haber aplicado las mismas consideraciones sobre la inutilidad del cómputo cinematográfico. Por fortuna, me envalentoné, sospeché que esa rendición pulcra de títulos sería, muchos años después, ahora, sin ir más lejos, proporcionarme algún tipo de satisfacción sentimental. A día de hoy, sigo manuscribiendo ese listado. Constato que es un inventario metódico, pero ineficiente. Debería haber consignado esas películas desde la infancia, haber tenido esa ocurrencia sublime, la de registrar el mundo tutelado en los fotogramas. Como si fuese una especie de diario. Lo hago en cuadernos, anotando con pulcritud el título y el director, el día en que la vi. Empecé hace casi treinta años y de vez en cuando lamento no haber consignado ese censo desde la primera película de la que tuve conciencia, la primera que fue verdaderamente deslumbrante, por alguna causa que entonces yo convocara. De todos esos libros leídos (Piglia, Azorín, Lorca, Auster, Borges, Cortázar, Tizón, Dickens, Millás, Tocornal, Moyano Ortega, Nabokov, Marías, Umbral, Gil de Biedma, Woolf...) guardo recuerdo fiable de muchos, pero no creo que sean tantos. He nombrado esos, sin saber bien la razón que extrae unos y no otros, el porqué de la elección; si, por ejemplo, cito a Gil de Biedma y no a Goytisolo o a Borges (tan amado) y no a Benedetti (tan amado también). La mayoría de lo que leo solo ocupa el tiempo en que son leídos, no permanecen o, a su manera, lo hacen de una manera singularísima, ni siquiera reteniendo uno las tramas, sino las voces, el aura sobre la palabra, aunque no se desvanezcan nunca e irrumpan con desprendido arrojo sin que yo les invoque. Ahora sabría explicar cómo escribe Borges o incluso los hechos de Funés, el memorioso o La casa de Asterión, pero hay detalles que se escapan, con lo que uno no puede contar. Lo peor que le puede pasar a un lector es que no recuerde la trama de uno de los libros que ha leído. También puede ser lo mejor. Recordar y olvidar son, en este caso, piezas intercambiables, variaciones de un mismo juego. K. sostiene que hacemos bien en no registrar lo que no nos ha llenado. Tan sólo por volver a vivirlo con el entusiasmo de la primera vez, dice. Pasa lo mismo con la vidaHay días que tienen un fulgor o tienen varios. Días que parecen muchos, aunque se concentren en el trayecto de uno solo. Tienes perfecta propiedad de lo que los llenó, sabrías ordenar los acontecimientos, podrías repetirlos con la certeza de que, si te esmeras, no diferirán lo más mínimo de los que pasaron y únicamente existen en tu memoria. La memoria es un casa grande, pero tiene inquilinos reaccionarios, la habitan criaturas extrañas, de las que se soliviantan a la primera y no se avienen a veces a una convivencia pacífica. En cuanto lo hacen, cuando razonan y prevalece el orden, la memoria es una casa grande y armónica, no un caos, me dice K. Este fin de semana leí a dentelladas, con absoluta fruición. Dediqué tardes enteras a leer, cosa que no hacía desde hace tiempo. La sensación, al acabar el día, fue la de haber aprovechado muchísimo el tiempo y, al tiempo, de haberlo perdido completamente. Desea uno ser varios, no uno sin extensión posible. Poder leer y ver cine y salir con los amigos y dormir sin freno y pasear las calles, pero todo juntamente, como si hubiese más de un yo disponible y pudiese manejarlos con soltura, sin que lo que haga uno afecte a lo que obra otro y, al final, todos compareciesen ante mí y me rindieran cuentas de lo que han hecho y yo lo registrara todo. Tengo que quedar con K. y charlar de todo esto. Hace que no intimamos los dos. Se le echa en falta. Habrá que quedar, tomar unas cervezas. Pagará él. Como siempre. 

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