No estamos hechos de otra cosa que de dolor: el dolor mueve
las palabras, ensucia el pensamiento, atrinchera su garfio cabrón en las dulces
estancias del sueño y te levantas con el pecho abierto, encallecida el alma,
notando el peso inconmovible de la sangre rota; el dolor acompaña las fiestas
de cumpleaños, escolta la juventud al tedio, se manifiesta en la música y troca
el arpegio más emotivo en ruda música de fondo; el dolor cubre los cuerpos de
los amantes mientras se entregan a la celebración horizontal de la carne; el
dolor empuja el feto a la luz; el dolor mueve el corazón y también las
estrellas; el dolor es el itinerario exacto de las horas; el dolor discute con
el tiempo la autoría de nuestros quebrantos; el dolor zanja a cuchilladas las
pasiones; el dolor se anuncia en el neón fugaz de las once de la noche; el
dolor acude sin que se le llame; el dolor azuza la tristeza; el dolor corrompe
las metáforas; el dolor amarillea los recuerdos; el dolor percute la noche como
un taladro melancólico; el dolor mancha el traje del domingo; el dolor asfixia
la luz en los rincones; el dolor es un blues.
Como escribía aquí un amigo "el dolor mueve más hilos que el amor, y eso sí que duele". Eso es: la letra de un blues. Voy a llamar a Robert Johnson antes de que algún marido afrentado lo defenestre. Voy a contar hasta tres y esperar al dolor con respeto; vendrá fiero, vendrá firme, vendrá ciego: será el dolor telúrico, el dolor místico, el dolor cósmico, el dolor esdrújulo que la vida exhibe en su travesía de tiempo. Pero no es un dolor que amengüe ni es un dolor que frene: es el dolor del parto y el dolor del muerto, el que se atrinchera en la carne y vuela el pensamiento; es el gran dolor sin protocolo que estimula al que crea. No hay gozo sin dolor: lo ponían todos los azulejitos de souvenirs en las calles de Santiago de Compostela, lo cuenta el trovador en su letanía de pueblos, lo sabe el poeta cuando da con el verso exacto al que acecha desde años y nunca se muestra puro. Es el dolor de la carne cuando nace y el dolor con el que crece y hasta el dolor con que se vence. Y no es un dolor triste ni éste es un texto que duela: se trata de contar de qué está hecho el mundo y entender entonces la razón por la que besamos la alegría y nos entregamos con ardor al júbilo sencillo de irnos queriendo los unos a los otros, sin aristas, sin cordajes, sin brida ni retorcimiento. Querernos para sobrellevar el dolor, que es miedo y es tiempo. Irnos (ya lo he escrito) queriendo mansamente para estar fuertes para cuando el dolor acuda. No estamos en otro oficio que éste: el de distraer las horas para evitar el duelo. Y van los años cerrando su viejo trabajo de rueda, y van las palabras semillando el tiempo venidero con besos limpios, con abrazos tiernos, con todo lo que no huela a dolor y con cuanto no traiga miedo. Porque estamos hechos de amor y es el amor el que todo lo despeja. Ya ven, un blues de lunes, nada, un arrebato de verbos.
Como escribía aquí un amigo "el dolor mueve más hilos que el amor, y eso sí que duele". Eso es: la letra de un blues. Voy a llamar a Robert Johnson antes de que algún marido afrentado lo defenestre. Voy a contar hasta tres y esperar al dolor con respeto; vendrá fiero, vendrá firme, vendrá ciego: será el dolor telúrico, el dolor místico, el dolor cósmico, el dolor esdrújulo que la vida exhibe en su travesía de tiempo. Pero no es un dolor que amengüe ni es un dolor que frene: es el dolor del parto y el dolor del muerto, el que se atrinchera en la carne y vuela el pensamiento; es el gran dolor sin protocolo que estimula al que crea. No hay gozo sin dolor: lo ponían todos los azulejitos de souvenirs en las calles de Santiago de Compostela, lo cuenta el trovador en su letanía de pueblos, lo sabe el poeta cuando da con el verso exacto al que acecha desde años y nunca se muestra puro. Es el dolor de la carne cuando nace y el dolor con el que crece y hasta el dolor con que se vence. Y no es un dolor triste ni éste es un texto que duela: se trata de contar de qué está hecho el mundo y entender entonces la razón por la que besamos la alegría y nos entregamos con ardor al júbilo sencillo de irnos queriendo los unos a los otros, sin aristas, sin cordajes, sin brida ni retorcimiento. Querernos para sobrellevar el dolor, que es miedo y es tiempo. Irnos (ya lo he escrito) queriendo mansamente para estar fuertes para cuando el dolor acuda. No estamos en otro oficio que éste: el de distraer las horas para evitar el duelo. Y van los años cerrando su viejo trabajo de rueda, y van las palabras semillando el tiempo venidero con besos limpios, con abrazos tiernos, con todo lo que no huela a dolor y con cuanto no traiga miedo. Porque estamos hechos de amor y es el amor el que todo lo despeja. Ya ven, un blues de lunes, nada, un arrebato de verbos.
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