4.5.19

Ronda de los Tejares


Arrecia ese frío indeciso que a mediodía vuelca en calor. El camarero me sirvió en la terraza en la que estuve hace una hora un café con mucha espuma y poca temperatura. Anoche fue una caña sin cuerpo, ida, a poco de ser otra cosa, pero no cerveza. La tapa acompañante, un trozo tímido de tortilla con un baño de mayonesa, me hizo pensar en Santos, un templo gastronómico que sirve ese manjar a satisfacción plena. Unas cosas llevan a otras. La realidad es dispersa por naturaleza. Sorprende que la escritura enhebre un hilo lógico de toda esa trama etérea y antojadiza. Se le exige coherencia, pero no la hay afuera suya. Ahora mismo, sentado en un banco en una céntrica calle cordobesa, dudo de que nada tenga ese sentido cartesiano. Entendemos a medias o a tercias o no entendemos en absoluto, pero hacemos la vista gorda, acatamos sin titubeo la zozobra y decimos buenos días con una sonrisa a la anciana que se ha sentado y ha sacado el móvil. No cuesta darse a quien no exige la entrega. Se hace a sabiendas de que no la volveremos a ver, saludamos como si no fuese posible eludir el saludo. Córdoba en mayo es un negocio, oigo decir a un transeúnte. Va cargado de bolsas y tiene toda la pinta de que puede cargar algunas más. La única propiedad son las palabras, he podido decirle, pero me ha parecido que no procedía ese inserto emocional y lírico. Tal vez hubiese valido la pena. La razón por la que nos retraemos nunca es convincente. Es mejor decir lo que se piensa, lo primero que se te ocurre, da igual si procede o no. Ganaríamos con esa transacción lingüística. Lo contrario es el silencio, que es una extensión tácita de la muerte. Se acaba de levantar la señora del móvil. Está entrando en la tienda de ropa en la que está mi mujer. Su marido está escribiendo en el móvil, podría decirle. No se le ve apurado. Hay gente que pasea y gente que no. Eso se aprecia a poco que te fijas. Luego están los turistas. Esos se delatan con absoluta transparencia. No saben dónde van y, sin embargo, tienen claro de dónde vienen. La vida es un poco así. La incertidumbre es la medida de todas las cosas. No le afecta el frío sobrevenido sin aviso ni la inminencia certera del calor. Las terrazas de los bares están llenas. Huele a café y a gasolina. Echo en falta a mi amigo Antonio. Él tiene el plano del laberinto. Nadie como él se sienta en un banco a verlas venir. Luego hace lo acontecido suyo y se pone de pie. Joaquín me ha mandado un par de whatssaps: fotos que precisan su semiótica. Una pareja conversa sobre la posibilidad de ir de tapas a mediodía. Comer de restaurante es más caro, dice ella. Escuchar es un oficio difícil. No tienes gobierno sobre la trama. Quizá por eso escribe uno. Es una enfermedad la escritura. Una muchacha más abrigada de la cuenta lleva un libro y un periódico bajo el brazo. No he visto el título. Joaquín me escribe sobre una exposición que ha montado. Lienzos, fotografías de lienzos. El arte es pedestre. Al iPhone se le cae la batería a chorros.

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