Fotografía propia
El funk es un combo de géneros. Adentro suya cabe el soul lento, el rhythm and blues desatado, la sincopa del jazz o el músculo del rock. Se le puede salpimentar con su brizna vacilona de reggae o con la calentura de la música disco. Del agitado de esa argamasa de cosas sale Espidifunk. Funk y circo, su primer disco, rebosa talento, pero sobre todo, en lo que más sobresale, es en amor al oficio de tocar. Algunas de las cosas que no se perciben en un disco se aprecian en la restitución de sus piezas en directo. Uno no puede hacerse una idea fiable de la música hasta que se escucha en vivo, sin la ingeniería de los estudios. Viene a suceder con esto como con el cine y el teatro. Es en un escenario en donde con más hondura se percibe el genio de los que actúan. De ahí que a un buen músico le engolosine tocar, hacer giras, democratizar el repertorio, presentar las canciones, nombrar a los músicos, venirse arriba y explicar al público el porqué de cada número, pedir a la parroquia que se acerque y baile y al final dar las gracias, secarse el sudor y respirar hondo por el trabajo bien hecho. El de hoy ha sido impecable. Salvo algún descuido, el sonido era limpio y se entendía qué decía cada instrumento sin que el concurso de uno tapara la irrupción de otro. Suele pasar en los conciertos que la música, que está hecha de capas, se alambica, se ensucia y la música se asemeja a una pasta grumosa de la que no eres capaz de extraer los ingredientes que la componen. La voz de David Salas estaba bien aireada, se comprendían las letras, que en Espidifunk no están descuidadas, sino que tienen su función y acompañan a la diversión de las piezas y dan que pensar. Manuel de Lucena es un batería extraterrestre, pero en este caso mi elogio, aunque plenamente fundado, viene de la amistad y el cariño que le tengo. Ahí estaba el hombre, brincando, haciendo sudar a su locura de platillos, címbalos, cajas y pedales. El viento en Espidifunk merece atención aparte, pero no esto no es una crítica pensada, ni seria, de las que no pueden dejar nada en el olvido y a todo se le debe hacer apunte. El trombón (Rafa Guillen) y el saxo (Cristobal Agromonte) han estado brillantes. Las pocas piezas en las que no hubo viento me parecieron las más flojas, pero esa opinión puedo rebatirla sin que me importe lo más mínimo contradecirme. No hay funk si no hay metales. Si a James Brown le quitas las trompetas y los saxos parece que estás escuchando a Barry Manilow. La elegancia en el funk la pone el teclado (Jesús Arcos) y la contundencia, esa especie de arnés que hace que todo el peso de la música no flaquee ni se desmorone es cosa del bajo (Javier Quero). Parece que no está, pero no hay manera de que el conjunto funcione sin su intervención. El arranque de Sal de la celda, un bajo elocuente, una introducción inmejorable al disco entero, lo llevo incrustado en la cabeza desde que compré el CD de Funk y Circo y le di en casa al play. Hoy nos han hecho esperar a que sonara, pero ha merecido la pena. Carlos Pino (guitarra eléctrica) ha hecho virguerías. Es precisamente eso lo que uno saca en claro cuando los ve tocar: que son buenos, que se ensamblan bien, que saben lo que hacen, que hay felicidad en el escenario. Hoy El Coso se ha vestido de funk. Brilló el corte primero del disco y último del concierto (Sal de la celda), que es un temazo lo escuches como lo escuches, pegadizo, enérgico y tarareable. Repasaron todo el disco, no les faltó una. A mí me siguen pareciendo insuperables Contracorriente, Carnaval y Hasta cuándo, que fue la canción estrella, con unos desarrollos magníficos, tirando de experiencia y de virtudes. Había unos cuantos negros debajo de las luces haciendo música negra. Porque el funk es negritud, como el blues o como el jazz. Así que anoche todos negros, todos en danza, privilegiados, aunque el aforo no se ocupara, asunto el del aforo que uno no acaba de entender del todo, pero esa no es cuestión a debatir ahora. Estos reyes del funk (del swing y del punch y del groove y del oh yeah) dieron anoche la talla. Se les agradece. Hay que agradecer el trabajo ajeno cuando nos hace felices y se nos mueven los pies.
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