1.11.17

Cosas con las que cuento

Cuento con que no habrá mejor vida que la actual o que vendrá otra más dichosa incluso, sin tener que morir para percibirla, con que se dice la verdad, porque la mentira necesaria es la de la literatura, con que la belleza es lo único que nos hermana a todos, con que mañana tendré lo que anhelo y hoy no me ha sido entregado, con que no caeré enfermo, con que encontraré la manera de convencerme de que vale la pena seguir escribiendo, con que el amor que Dante declaró a su Beatriz es al que aspiro y por el que me levanto y elevo la cumbre de los días y el vértigo en la niebla de las noches, con que los muy amados míos serán complacidos en lo que secretamente desean y no conozco, con que la música enhebre el alma deshilachada, con que el ala festejará su vuelo, con que envejeceré por fuera únicamente, con que Dios no me sancione severamente si finalmente nos vemos y tuviera que desdecirme y admitir lo perdido que anduve, con que el futuro al que yo no acuda sea de los hijos y los tiempos que les toquen sean mejores que los míos, con que mis amigos me perdonen cuando obre sin cabeza y haga lo que no cuadra con lo que esperan de mí, no me fío de que actúe siempre con sentido, de que esté a la altura, de que no me confíe y me deje, con que la literatura me colmará de atenciones y será consuelo y refugio, con que siempre habrá una película de la RKO a las dos de la mañana para olvidarme del mundo durante dos horas y regresar después más confortado y más feliz de lo que lo dejé, con que el vals número de dos de Shostakovich sonará cuando la torva parca me reclame para su legión de convidados, con que suene jazz cuando sueñe, con que no me aburra jamás, con que pueda visitar Manhattan y pasear sus avenidas como si fuese el mismísimo Woody Allen, con que el dolor no me visite, porque no se sabe qué hacer con él, porque no tenemos instrucciones, ni asideros fiables a los que confiarnos cuando, de cuando en cuando, se acuartela en el alma y en la carne y las hurga y las rompe, con que pueda escribir a diario como suelo sin que flaquee mi voluntad, sin que concurra la idea (como sucede en ocasiones) de que no tiene sentido nada, de que no es un oficio útil, sino uno de tinieblas y de padecimiento, con que trabaje como hasta ahora el tiempo que me reste, entusiasmado y febril, convencido de que no sé hacer nada mejor que esto que hago y que, a cada día que transcurre, más en posesión me siento de mis recursos y de mi absoluta convicción de que amo su desempeño, con que no termine de formular esta rendición de voluntades y no me asalte la sospecha de que no tiene valor alguno lo registrado, todo lo que aquí se ha dejado consignado, por si alguien lo lee y subscribe algo o lo refuta, con que llueva al fin uno de estos días, no por alguna de esas necesidades con las que salen a diario los informativos, sino por mí, por sentir el olor de la lluvia y por asomarme a la ventana y ver el agua correr calle abajo y creerme que ha vuelto, indemne, firme y feliz, la infancia, cuento con que habrá poesía, con que no faltará, aunque no la llamemos, ni tengamos la propiedad de su compañía.

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